Rut la espigadora
Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás
(Levítico 19:9-10).
Si el primer capítulo del libro de Rut nos describe la gracia que salva, el segundo nos presenta la gracia que sustenta. La gracia de Dios no solo nos trae la salvación, sino que a continuación nos enseña a vivir sobria, justa y piadosamente en este siglo (Tito 2:11-12). En la medida que nos dejemos instruir por la gracia haremos progresos espirituales. Este capítulo 2 ilustra de una manera muy atractiva este crecimiento en la gracia o progreso espiritual.
Para el joven convertido, es una verdadera bendición comenzar bien su carrera cristiana al cortar definitivamente los lazos con el mundo y comprometiéndose en el sendero de la fe con el pueblo de Dios. Pero, un buen comienzo no es suficiente. Si deseamos mantenernos en el camino de la fe, debemos crecer en la gracia. Como lo dice el apóstol Pedro, si los cristianos quieren gozar en abundancia de la gracia y de la paz, y de “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”, queriendo huir de “la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”, solo les será posible mediante “el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús” (2 Pedro 1:2-4). Por eso concluye su epístola exhortando a los creyentes a crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18).
Los creyentes en Corinto, después de haber comenzado bien, se mostraron lentos en hacer progresos espirituales. La mundanalidad y la sabiduría de este mundo fueron un obstáculo para ellos. Los gálatas también tuvieron un buen principio, ya que el apóstol reconoce que corrían bien; pero debe preguntarles: “¿Quién os estorbó para no obedecer a la verdad?” (Gálatas 5:7). Una vez que cayeron bajo el dominio de falsos maestros, fueron ganados por el legalismo. Igualmente hoy, muchos parecen empezar bien y prometen llegar a ser cristianos consagrados, pero a continuación no hay progresos espirituales en sus vidas. No crecen en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Ceden a las atracciones del mundo y se vuelven mundanos, o caen bajo la influencia de falsos maestros llegando a ser legalistas.
El crecimiento en la gracia
Esta porción de la historia de Rut va a hacernos descubrir el secreto del crecimiento en la gracia. Rut nos es presentada con insistencia como espigadora. En el versículo 2, la oímos decir a Noemí: “Te ruego que me dejes ir al campo, y recogeré espigas”. En el versículo 7, pide al mayordomo de los segadores: “Te ruego que me dejes recoger… entre las gavillas”. En el versículo 17 leemos: “Espigó, pues…”, luego en el versículo 23: “Estuvo, pues, junto con las criadas de Booz espigando”.
Así, Rut, en este capítulo, es vista como una espigadora. ¿Pero cuál es el significado espiritual de espigar? Debemos recordar que el primer capítulo termina con estas palabras: “Llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada”. Noemí y Rut se encontraban en medio de la abundancia. Pero la cosecha, aunque sea muy abundante, no puede satisfacer a los hambrientos si no es antes recogida. Los segadores y espigadores deben hacer su trabajo, de otro modo, morirán de hambre, incluso en medio de la abundancia. Al espigar, Rut se apropia de las ricas provisiones puestas a su disposición por el señor de la cosecha, tanto para sus propias necesidades como para las de Noemí.
Podemos decir que, en el aspecto espiritual, el espigar representa al creyente apropiándose de las bendiciones espirituales que Dios le concedió. En la historia de Israel, Dios había dado a esta nación un derecho de propiedad absoluto del país prometido, y había delimitado las fronteras de manera muy precisa. No obstante, Dios había declarado también: “Todo lugar que pisare la planta de vuestro pie será vuestro” (Deuteronomio 11:24). Los israelitas debían tomar posesión de su país. Así, el apóstol Pablo puede afirmar con plena confianza que los creyentes son bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3), pero esta certeza no le impide orar para que el Espíritu Santo haga su trabajo en el hombre interior, a fin de que los creyentes comprendan cuál es la anchura, la longitud, la profundidad y la altura de todas esas bendiciones espirituales.
En la historia de nuestras vidas, el día en que el Señor Jesús nos llamó a él, cuando supimos que nuestros pecados fueron perdonados, cuando fuimos sellados con el Espíritu Santo y hechos “aptos para participar de la herencia de los santos en luz”, es un recuerdo maravilloso e inolvidable. Aunque no puede haber un crecimiento en nuestra capacidad de participar de la gloria, no obstante el apóstol desea ver en los creyentes un crecimiento “en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:12-14, 10). ¡Oh, cuán mediocres espigadores somos! ¡Cuán poco entramos en las riquezas insondables de Cristo!
Condiciones para crecer
¿Por qué somos espigadores tan negligentes? Cierto es que el espigar requiere condiciones a las cuales no siempre estamos de acuerdo en someternos. Esto es evidente a medida que notamos las cualidades que hicieron de Rut una buena espigadora.
En primer lugar, ella se caracterizaba por un espíritu humilde y sumiso. Dijo a Noemí: “Te ruego que me dejes ir al campo, y recogeré espigas…”. Más tarde, pidió al mayordomo de los segadores de Booz: “Te ruego que me dejes recoger”. No actuaba de manera independiente frente a los que eran de mayor edad y experiencia que ella. No menospreciaba las directivas y los consejos. No tenía una voluntad indómita, que la hubiese conducido a hacer lo que le parecía bien a sus propios ojos. Pedro puede decir: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5). El Espíritu Santo asocia la sumisión y la humildad. Al hombre orgulloso no le agrada someterse. Una voluntad no quebrantada es el mayor obstáculo para crecer en la gracia.
En segundo lugar, Rut se caracterizaba por la diligencia. Como lo leemos en el versículo 7, “entró, pues, y está desde por la mañana hasta ahora, sin descansar ni aun por un momento”. Luego en el versículo 17, “espigó, pues, en el campo hasta la noche”. ¿No observamos entre los creyentes una gran falta de diligencia para las cosas de Dios? Somos muy celosos para las cosas de este mundo, ¡pero, desgraciadamente, demasiado a menudo apenas reservamos nuestros ratos libres para las cosas del Señor! ¿Estudiamos asiduamente la Palabra? ¿Somos diligentes en la oración? Podemos alegar que el estrés y las dificultades de la vida no nos dejan mucho tiempo, pero la pregunta permanece: ¿cómo utilizamos el poco de tiempo que nos queda? En Hebreos 6:12, el autor exhorta a la solicitud y agrega: “A fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas”. Si deseamos gozar de nuestra herencia, debemos ser celosos. No ha de extrañarnos que hagamos pocos progresos espirituales si encontramos el tiempo para leer los diarios y las revistas livianas del mundo, pero no tenemos tiempo de espigar en las riquezas de la Palabra de Dios.
En tercer lugar, Rut era perseverante. No era diligente un día y perezosa el siguiente, sino que “estuvo, pues, junto con las criadas de Booz espigando, hasta que se acabó la siega de la cebada y la del trigo” (v. 23). Día tras día, fue a espigar hasta terminar las dos siegas. Los de Berea recibieron elogios especiales, no solo por haber examinado las Escrituras, sino también por haberlo hecho cada día (Hechos 17:11). Es fácil mostrarse celoso un día, pero serlo cada día requiere perseverancia. “Cada día” es una expresión exigente que nos pone a prueba. El Señor pide a su discípulo que tome su cruz cada día (Lucas 9:23). Hacer un gran esfuerzo para cumplir un acto de renunciamiento heroico es relativamente fácil, pero perseverar tranquilamente día tras día, siguiendo a Cristo, es la prueba que se debe aprobar. No es el hombre que empieza bien la carrera el que gana, sino el que persevera.
Finalmente, leemos que Rut “desgranó lo que había recogido” (v. 17). No es suficiente espigar la cebada y el trigo, es necesario desgranarlos. Las verdades que recogemos, ya sea mediante nuestro estudio personal o por medio del ministerio de otros, deben ser también un tema de oración y de meditación para que puedan contribuir a nuestro crecimiento espiritual. La simple adquisición de una verdad no hará más que hinchar nuestra mente. Es necesario gozar de esta verdad en comunión con el Señor para que ella pueda llevarnos más lejos en el conocimiento de su Persona.
Así, para hacer progresos espirituales, se necesita cierta condición del alma, caracterizada por la sumisión, la diligencia, la perseverancia y la meditación.
Además, el estado del alma, aunque primordial, no lo es todo. La ayuda que recibimos de otros creyentes contribuye también a nuestro progreso espiritual. Esto lo vemos claramente en los distintos personajes que aparecen en este capítulo. Noemí, las criadas, los segadores, el criado mayordomo establecido sobre estos últimos y, finalmente, Booz, el hombre rico, desfilan unos tras otros delante de nuestros ojos, y siempre aparecen presentados en relación con Rut. Ayudan de diferentes maneras a la joven espigadora en su trabajo, mostrándonos en esto que Cristo utiliza distintos medios para estimular en los suyos el crecimiento espiritual en la gracia.
Consejos e instrucciones de los más experimentados
Noemí conocía a Booz desde hacía mucho tiempo; él estaba en condiciones de aconsejar e instruir a Rut. Así también ocurre hoy, hay quienes caminan desde hace mucho tiempo con Cristo; y aunque hayan fallado alguna vez gravemente como Noemí, no obstante la experiencia los hace aptos para dar consejos e instrucciones a los creyentes más jóvenes. Sería difícil ver en Noemí un creyente dotado para la enseñanza o la predicación; más bien vemos en ella la imagen de esas santas mujeres ancianas de las cuales nos habla Tito 2:3-5, llamadas a ser ejemplos, “maestras del bien”, y capaces de dar con amor consejos sabios “a las mujeres jóvenes”. En tales versículos, Noemí no plantea dificultad ni coloca obstáculo en el camino de Rut. Responde inmediatamente: “Ve, hija mía” (v. 2). Alienta a Rut en este feliz trabajo. Además, cuando Rut vuelve, reconoce con gozo los progresos realizados, porque leemos: “Su suegra vio lo que había recogido” (v. 18). No solo ve sus progresos, sino que se interesa realmente en su situación, ya que se informa: “¿Dónde has espigado hoy? ¿y dónde has trabajado?” (v. 19). Finalmente, le declara quién es Booz y le aconseja afectuosamente que siga espigando. ¡Si al menos el espíritu de Noemí pudiese animar más a las hermanas de edad y conducirlas a cuidar de las más jóvenes, para animarlas, para hacerles ver sus progresos, para informarse del estado espiritual de ellas, para instruirlas en el conocimiento de Cristo y para ayudarlas con sus consejos cuando espigan!
La comunión entre los hijos de Dios
Las criadas también son de ayuda para Rut en este hermoso espigueo. Se las encuentra en los versículos 8, 21, 22 y 23. Rut espiga al lado de ellas; son sus compañeras de labor. En figura nos hablan de la feliz comunión entre los hijos de Dios, tan importante para el progreso espiritual.Booz advierte a Rut:
No vayas a espigar a otro campo, ni pases de aquí; y aquí estarás junto a mis criadas (v. 8).
Existen otros campos y otras criadas, pero son ajenos. Seamos jóvenes o mayores en la fe, hacemos bien en prestar atención a la advertencia de Booz. En efecto, en el mundo hay muchos campos que atraen, y a veces pueden ofrecer una compañía muy agradable, pero los campos opulentos y la vana sociedad de este mundo no son de Cristo. Antiguamente, el mundo solo dio una prisión a los apóstoles; y cuando fueron liberados vinieron a “los suyos” (Hechos 4:23).
Forzosamente tenemos que relacionarnos con la gente de este mundo en nuestra vida profesional o de cada día, pero no podemos gozar de una agradable comunión ni hacer progresos espirituales dentro de ese círculo. Solo en la comunión de «los nuestros» podemos realizar tales cosas. En los primeros días del cristianismo, la comunión ininterrumpida de los creyentes resultaba de un “gran poder” y de una “abundante gracia” (Hechos 4:33). En Hebreos 10:24-25, somos exhortados a considerarnos unos a otros para “estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. La fuente del amor y de las buenas obras no está en los creyentes, pero sin duda la compañía de los creyentes estimula ese amor y esas buenas obras.
El día del juicio de este mundo se acerca, por eso hacemos bien en separarnos de él para encontrar nuestra parte bendita entre “las criadas de Booz”, es decir, entre aquellos que no se han manchado, y que han guardado sus vestiduras blancas (véase Apocalipsis 3:4-5; 16:15). Cuanto más se acerca el día, más deberíamos acercarnos los unos a los otros.
Los siervos del Señor
Los segadores y los criados también son útiles para Rut. Son mencionados en los versículos 4, 5-7 y 9 de nuestro capítulo. Estos siervos de Booz ofrecen una imagen real de las cualidades requeridas de los siervos del Señor que se dedican al ministerio para ayudar a los hijos de Dios.
La primera cosa necesaria para todo siervo de Dios es la presencia del Señor. Oímos a Booz saludar a sus segadores con este deseo: “Jehová sea con vosotros” (v. 4). Encontramos este mismo espíritu en la época del Evangelio: “Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor” (Marcos 16:20).
En segundo lugar, para cumplir eficazmente el servicio de Booz, los segadores deben someterse al criado establecido sobre ellos. No solo necesitamos la compañía del Señor, sino también el control del Espíritu, la persona divina prefigurada por ese siervo anónimo (v. 5).
En tercer lugar, los segadores preceden a Rut, como lo dice ella misma: “Te ruego que me dejes recoger y juntar tras los segadores entre las gavillas” (v. 7). Las Escrituras reconocen la existencia de pastores o conductores espirituales entre el pueblo de Dios que nos exponen su Palabra; debemos imitar su fe. Somos llamados a obedecer y someternos a tales conductores porque velan sobre nuestras almas (Hebreos 13:7, 17).
En cuarto lugar, esos jóvenes –los criados de Booz– sacan el agua del pozo. Si bien el privilegio de Rut era beber de esta agua, la responsabilidad de los criados era sacarla. No todos son llamados, ni capaces, de sacar el agua de los pozos profundos de Dios, pero todos pueden beber esta agua vertida en las vasijas adaptadas a la capacidad de cada uno. Muchos son los que no pueden alcanzar el agua en el fondo del pozo, pero ella está a disposición de todos en las vasijas. Por eso, la orden para Rut es: “Ve a las vasijas, y bebe” (v. 9). Timoteo fue invitado a ocuparse “en estas cosas”, a permanecer en ellas. Seguramente que esto corresponde a sacar el agua; pero el resultado, su “aprovechamiento”, debía ser “manifiesto a todos” (1 Timoteo 4:15). Esto es el agua en las vasijas, accesible a todos.
En quinto lugar, para ser aptos para el servicio de Booz, los segadores reciben directivas especiales de su amo. “Y Booz mandó a sus criados, diciendo: Que recoja también espigas entre las gavillas, y no la avergoncéis; y dejaréis también caer para ella algo de los manojos, y lo dejaréis para que lo recoja, y no la reprendáis” (v. 15-16). Para responder a las necesidades específicas de los individuos, es necesario recibir directivas particulares de parte del Señor. Cuán cerca del Maestro debe estar el siervo si desea saber, durante su servicio, dónde y cómo dejar caer el puñado de espigas que corresponda a la necesidad específica del momento, y hacerlo sin reproche ni reprensión. El Señor, como siempre, es el ejemplo perfecto para nosotros. En el día de la resurrección, cuando envía un mensaje a Pedro, diciendo: “Id, decid a sus discípulos, y a Pedro…”, el Señor deja caer algunas “espigas entre las gavillas” para su pobre oveja extraviada, sin agregar reproche ni condenar (Marcos 16:7).
Finalmente, el trabajo de los segadores lleva al final de la siega, porque Booz ordena a Rut que se quede junto a sus criadas “hasta que hayan acabado toda mi siega” (v. 21). Es lo mismo para los siervos del Señor como para los de Booz, ya que el apóstol Pablo evoca la gloriosa esperanza puesta ante nosotros como un estimulante en el servicio.
Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre…
(1 Corintios 15:58).
La acción del Espíritu Santo
El criado de Booz establecido sobre los segadores también desempeña su papel en los progresos hechos por Rut cuando espiga. No se lo nombra y raramente aparece en la narración, no obstante, está detrás de todo lo que sucede y, en nombre de Booz, controla a cada segador que trabaja en los campos de su amo. Es él quien la presenta ante Booz. Hace un informe verídico sobre la joven Rut, sin agregar ni una palabra despreciativa sobre ella; también anticipa el pensamiento de Booz al permitirle espigar en sus campos (v. 5-7). En todo esto, el criado actúa en perfecto acuerdo con el pensamiento de su amo. Ciertamente que tenemos aquí una figura llamativa de la gloriosa Persona del Espíritu Santo, quien vino de parte de Cristo glorificado, en nombre de Cristo, para representar los intereses de Cristo. Alguien que no habla de sí mismo, que es invisible a los ojos del mundo, pero que dirige a los siervos del Señor y, por su trabajo de gracia en las almas, las pone en contacto con Cristo. El Espíritu Santo vino a la tierra para centrarse en los intereses de Cristo; piensa y actúa en perfecto acuerdo con el pensamiento y el corazón del Padre y del Hijo.
Cristo, el gran Redentor
Finalmente, tenemos a Booz que representa a Cristo bajo dos aspectos. Primero en la gloria de su persona y de su obra, luego en su manera de actuar, llena de gracia, hacia nosotros, individualmente.
Personalmente, Booz es presentado como un “pariente” y un “hombre rico” (v. 1, 20). La palabra “pariente”, empleada varias veces en el libro de Rut, es reemplazada en otras partes por “redentor”, término que indica el verdadero alcance del servicio de pariente. El pariente tenía tanto el derecho como el poder de redimir a su hermano y su herencia, si el uno o el otro había caído en manos de un extranjero (véase Levítico 25:47-49).
Por la caída, el hombre perdió todos sus derechos sobre su herencia terrenal. Él mismo cayó bajo el poder del enemigo y, como pecador culpable, se encuentra expuesto a la muerte y al juicio. No puede redimirse a sí mismo ni redimir a la tierra del poder del pecado, de la muerte y de Satanás. Necesita un redentor, alguien que tenga tanto el derecho como el poder de cumplir la redención. Cristo es el gran Redentor, aquel del cual Booz es solo una figura. Redime a los suyos de manera doble, por un acto de redención y por un acto de poder. El precio de la redención (o del rescate) que pagó es su propia vida dada por nosotros. Hemos sido rescatados “no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19).
Además de esto, nos redimió por un acto de poder, porque no solo su sangre fue vertida, sino por la resurrección anuló el poder de la muerte y del sepulcro. Habiendo sido ya redimidos por su sangre, ahora esperamos la redención en poder, es decir el momento en que librará nuestros cuerpos de toda traza de mortalidad transformando
El cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas
(Filipenses 3:21).
Finalmente, obtendremos nuestra herencia –una rica posesión que él adquirió– que rescató del poder del pecado, de la muerte y de Satanás, y de la cual gozaremos juntos con él para alabanza de su gloria (véase Efesios 1:14).
Los caminos de gracia y de verdad
En Booz vemos no solo una imagen de las glorias de nuestro gran Redentor, sino también una exposición magnífica de sus caminos de gracia hacia cada uno de nosotros. Es nuestro privilegio, además de aprender a conocer la verdad concerniente a su persona y su obra, experimentar sus cuidados llenos de gracia, que nos hacen profundizar este conocimiento. ¡Ojalá que todos los creyentes deseen llevar una vida más auténtica, más determinada con Cristo en el secreto de su alma –vida de la cual no podrían contar gran cosa– conocida solamente por Cristo y por ellos mismos, en la cual nadie puede intervenir!
De esta relación entre Cristo y el alma nos habla la actitud benévola de Booz, el hombre rico, para con Rut la extranjera. Lo que caracteriza su actitud es la gracia y la verdad, evocando para nosotros a Aquel que vino “lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14, 17). En nuestra debilidad, sucede que manifestamos gracia en perjuicio de la verdad, o mantenemos esta última en detrimento de la gracia. En Cristo, la expresión infinita de la gracia viene acompañada del perfecto mantenimiento de la verdad.
Con una conmovedora gracia, Booz pone todas sus riquezas a disposición de la extranjera proveniente de Moab, quien, según la ley, no estaba autorizada a entrar en la congregación de Dios, ni aun hasta la décima generación (Deuteronomio 23:3). Sus campos, sus criadas, sus criados, sus vasijas, su grano, todo es puesto a disposición de Rut. Ella debe quedar en sus campos, estar junto a sus criadas, espigar tras los segadores y beber de su pozo. Booz no hace ninguna alusión a su origen, a su condición de extranjera ni a su pobreza. De su boca no sale reproche alguno en cuanto a su pasado, ni amenazas con relación al futuro, ni exigencias reclamando algo por su generosidad presente: todo es dado en una gracia soberana e ilimitada. Cristo actúa de la misma manera para con los pecadores que somos nosotros. La gracia pone los dones, los más excelentes, a disposición de una pecadora en el pozo de Sicar (Juan 4:1-42), la gracia imparte órdenes a los peces del mar para un hombre pecador como Pedro (Mateo 17:24-27), y la gracia abre el paraíso de Dios al malhechor moribundo (Lucas 23:39-43). De la misma manera, la gracia nos bendijo con todas las riquezas insondables de Cristo, “sin dinero y sin precio” (véase Isaías 55:1).
Sin embargo, las riquezas de la gracia no empañan el resplandor de la verdad. Al contrario, es justamente la gracia la que hace resaltar la verdad. Booz no necesita recordar a esta extranjera su origen humilde: ella misma lo confiesa. Pero, es su gracia la que la incita a tal confesión. Baja su rostro y se inclina a tierra ante Booz, echándose a un lado en la conciencia de la grandeza de la persona ante quien está, y a quien debe toda bendición. Con la pregunta que Rut hace: “¿Por qué he hallado gracia en tus ojos…?” ella reconoce que nada en sí misma merece tal gracia. Reconoce igualmente que, por naturaleza, no puede pretender nada de Booz, ya que confiesa: “Siendo yo extranjera” (v. 10). Solo en presencia de la gracia de Booz, Rut le da el lugar que le corresponde, y permanece ella misma en el suyo. Esto nos trae a la memoria otros ejemplos hermosos de los caminos de gracia y de verdad manifestados por nuestro Señor cuando estaba aquí abajo.
Volviendo a la pobre pecadora del pozo de Sicar, vemos que, si la gracia le propone el don gratuito del agua viva, que salta para vida eterna, también va a manifestar la verdad referente a ella. La simple frase de Jesús: “Ve, llama a tu marido”, es la verdad que descubre sus actos, y la invitación que sigue: “Y ven acá” (Juan 4:16) es la gracia que le abre el acceso a todo el amor del corazón de Dios. La verdad le revela la maldad de su corazón, pero la gracia le revela un corazón que, sin ignorar para nada los hechos cometidos durante su vida, puede amarla e invitarla a venir a él.
En otra ocasión, con otra mujer extranjera como Rut, una cananea, vemos el mismo despliegue de la gracia y la verdad. Los discípulos defienden la verdad en detrimento de la gracia: “Despídela”, le dicen. El Señor no obra así, pero tampoco da la gracia a expensas de la verdad. Por eso, actúa con esta cananea de manera tal que la verdad salga de los propios labios de ella, al llevarla a confesar: “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Plenamente de acuerdo con su interlocutor, discierne también en él la gracia que no puede rehusar una migaja hasta a un perro. La gracia del Señor la conduce a reconocer la verdad en cuanto a sí misma. Entonces recibe la recompensa de la fe, porque el Señor responde con gozo a los llamamientos hechos a su gracia. Le puede decir: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres” (Mateo 15:21-28).
¡Qué momento bendito durante el curso de nuestras vidas, cuando, a solas con el Señor, somos llevados a tomar conciencia de la maldad de nuestros corazones en presencia de la gracia que llena el suyo! ¡Qué bendición aprender en tales instantes que, por más viles que seamos, la gracia en Su corazón todo lo provee!
Booz, pues, es quien consuela el corazón de Rut. Ella reconoció la verdad: “siendo yo extranjera”, y Booz con su respuesta parece decirle que todo lo que ella le cuente referente a sí misma, él ya lo sabe: “He sabido todo lo que has hecho” (v. 11). En adelante, ningún temor puede subsistir en su ser interior de que un día algo sea descubierto, llevando a Booz a retirarle sus dones de gracia. Liberada, puede decirle: “Porque me has consolado, y porque has hablado al corazón de tu sierva…” (v. 13). Nada toca, gana y consuela tanto el corazón como la certeza adquirida en la presencia del Señor de que Él sabe todo y que me ama a pesar de todo.
La presencia del Señor
Sin embargo, la historia de Rut no termina aquí. Booz dio pruebas de la gracia, Rut confesó la verdad, de esto resultó la paz en la conciencia y el gozo en el corazón. Pero eso no es todo. Booz no se contenta con traer consuelo a Rut y dejarla con el corazón lleno de gratitud. Aunque esta mujer podría estimarse colmada, el corazón de Booz no está satisfecho. Si bien Rut no espera otras bendiciones, Booz tiene más para dar. No se consideraría satisfecho sin la compañía de aquella a quien había hablado al corazón. Por eso agrega: “Ven aquí” (v. 14). De una manera más profunda aún, ¿no actúa así el Señor con nosotros? Si apacigua nuestros temores, habla a nuestros corazones y gana nuestros afectos, es para poder gozar de nuestra compañía. El amor no está satisfecho sin la presencia de la persona amada. Con este fin murió, para que, “ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él” (1 Tesalonicenses 5:10). Somos bienaventurados si prestamos atención y respondemos a la invitación llena de gracia que nos hace: “Ven aquí”.
Así Rut se encontró sentada en medio de un pueblo que hasta entonces no conocía. Pero si “ella se sentó junto a los segadores”, lo hizo en la compañía de Booz, porque leemos: “y él mismo le alcanzó el grano tostado (v. 14, V. M.)”. Dichosos de nosotros si, conscientes de la presencia personal del Señor, tomamos lugar entre los suyos. Seremos nutridos con “grano tostado” del país. Como Rut, seremos saciados y sobrará. En su presencia, nuestras almas serán alimentadas y nuestros corazones satisfechos; y el corazón satisfecho, sacando de su plenitud, tendrá de qué dar a los demás.