Dios el Espíritu Santo
Consideremos ahora la tercera Persona de la Trinidad. Con esta sola palabra (la Trinidad) se designa el misterio insondable de la existencia de tres Personas en la unidad de un solo Dios.
Varios pasajes de la Escritura nos muestran al Espíritu Santo como una Persona divina. Él es la energía todopoderosa que obra en cada acto creador. Así, cuando la tierra estaba desordenada y vacía, le vemos a Él moverse sobre la faz de las aguas (Génesis 1:2). Eliú dice a Job: “El Espíritu de Dios me hizo” (Job 33:4), y el salmista proclama: “Envías tu Espíritu, son creados” (Salmo 104:30). En la visión de los huesos secos revividos, Ezequiel profetiza diciendo: “Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán”; luego el Señor, Jehová, explica la visión. Esos huesos son el pueblo de Israel, ahora muerto, pero al cual el Espíritu de Dios despertará y reanimará: “Pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis” (Ezequiel 37:9, 14). El Espíritu de Dios obra el nuevo nacimiento, creando en el creyente una nueva naturaleza: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:5-8). El Espíritu de Jehová contendía con los hombres rebeldes en tiempos de Noé, y este Espíritu era también el Espíritu de Cristo (Génesis 6:3; 1 Pedro 3:18-20). El Espíritu de Jehová estaba en Moisés y Josué. Animaba a los hombres fuertes que liberarían a Israel. Él también estaba en los profetas para hacerles hablar o para mostrarles las visiones de Dios (Números 11:17-29; 27:18; Jueces 3:10; 11:29; 14:6; 2 Crónicas 20:14; Ezequiel 3:12, 14; 11:24; Miqueas 3:8; Hageo 2:5).
Estos pasajes del Antiguo Testamento nos hacen ver al Espíritu de Dios como una Persona operante; pero en el Nuevo Testamento aparece de una manera distinta, ejerciendo su acción sobre los hombres y en ellos. Vemos primeramente que forma en María el cuerpo del santo niño que debía nacer de ella:
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios
(Lucas 1:35).
Así como obraba en los profetas, el Espíritu Santo animaba también a los santos que esperaban al Mesías, como Elisabet, Zacarías, Simeón (Lucas 1:41-42, 67; 2:25-26). A continuación, como lo hemos visto, el Espíritu Santo desciende sobre Jesús durante su bautismo: “Descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma” (Lucas 3:22). Jesús, lleno del Espíritu Santo, es conducido por él al desierto para ser tentado por el diablo (Lucas 4:1). Seguidamente, él comienza su ministerio “en el poder del Espíritu” (Lucas 4:14; Hechos 10:38). Todos estos pasajes nos muestran claramente al Espíritu Santo como una Persona que actúa y opera. También por medio del Espíritu Santo echaba Jesús los demonios (Mateo 12:28); por el Espíritu él fue resucitado (1 Pedro 3:18), y, después de su resurrección, por el Espíritu Santo dio sus órdenes a los apóstoles (Hechos 1:2).
Pero el Señor había prometido a sus discípulos enviarles el Consolador, el Espíritu de verdad, para que estuviera con ellos eternamente. El Espíritu Santo debía reemplazar, para ellos y junto a ellos, a Cristo, quien había subido al cielo. Era, pues, una Persona divina, pero no visible. El mundo había visto a Jesús, lo había oído, pero lo había odiado y rechazado. El Espíritu Santo, tan realmente una Persona como Cristo, no podía ser visto ni recibido por el mundo; debía estar con los discípulos y en ellos:
Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre
(Juan 14:16-17).
Así como el Padre había dado a Cristo, así daría el Espíritu Santo; está dicho que lo enviaría (Juan 14:26), y eso solo se puede decir de una Persona. El Señor mismo también dice que lo enviará, pero, como lo explica el apóstol Pedro, Cristo recibe de parte del Padre el Espíritu Santo prometido y lo envía a los suyos: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí”. “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”. “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Juan 15:26; 16:7; Hechos 2:32-33). Y lo que aún nos hace ver que el Espíritu Santo es por cierto una Persona, es que el Señor dijo que, cuando el Espíritu viniera, los enseñaría a sus discípulos y les recordaría las cosas que Jesús había dicho, los conduciría a la verdad, les anunciaría las cosas venideras (Juan 14:26; 16:13).
Sobre todo en los Hechos vemos cumplirse lo que Jesús había prometido a sus discípulos. Es allí donde aparece aun más distintamente el hecho de que el Espíritu Santo es una Persona divina y donde podemos contemplar su actividad. Desciende sobre los discípulos el día de Pentecostés “y fueron todos llenos del Espíritu Santo”. En seguida su presencia en ellos se manifiesta por medio de los milagros que hace, por los dones que confiere, por el aliento con que anima a esos hombres anteriormente tan flojos y temerosos, por la santa vida que produce en aquellos que le reciben (Hechos 2:4; 3:6-7; 4:8; 2:43-47; 4:32-37). Allí también le es dado positivamente el título de Dios. Ananías miente al Espíritu Santo que estaba en los apóstoles y en la Asamblea, pero luego Pedro le dice:
No has mentido a los hombres, sino a Dios
(Hechos 5:3-4).
En la continuación del relato de los Hechos, el Espíritu Santo se muestra con entera evidencia como una Persona distinta que actúa, que envía, que conduce. Él dice en Antioquía: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”, y ellos entonces, “enviados por el Espíritu Santo”, partieron (Hechos 13:2, 4). Durante el segundo viaje de Pablo, él y sus compañeros querían anunciar la Palabra en Asia, pero ello les fue prohibido por el Espíritu Santo; pensaron entonces dirigirse a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió (Hechos 16:6-7). En estas diferentes ocasiones vemos al Espíritu Santo actuando como una Persona. Lo mismo ocurre en las epístolas, como, por ejemplo, en 1 Corintios 12:4, 11, donde vemos que es el Espíritu quien distribuye los dones de gracia como él quiere.
Habría aún muchas cosas que decir acerca del Espíritu Santo, de la obra de esta tercera Persona de la Trinidad en los creyentes y de su acción en los corazones. Pero limitémonos por el momento a meditar con detenimiento los pasajes citados y esta gran verdad que la Palabra de Dios nos enseña: el Espíritu Santo es realmente una Persona divina. Así como el Padre es Dios y el Hijo es Dios, también el Espíritu es Dios.