Dios el Hijo
La Palabra de Dios establece, de manera clara y positiva, la divinidad del Hijo y la del Espíritu Santo.
En lo concerniente al Señor Jesús, está dicho: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Los versículos siguientes nos enseñan que el Verbo (o la Palabra) es el Hijo unigénito, Jesucristo (v. 14, 17-18). Jesús es llamado “Emanuel… Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Su nombre significa Jehová Salvador. El ángel dijo a José: “Llamarás su nombre Jesús (forma griega del hebreo Joshua), porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). Él es “Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Romanos 9:5). Él es “Dios manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16). “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo” (Hebreos 1:8). También está escrito acerca del Hijo que él es “el resplandor de su gloria (la de Dios), y la imagen misma de su sustancia” (la de Dios); “la imagen del Dios invisible” (Hebreos 1:3; Colosenses 1:15). “En él” –dice también Pablo– “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Además, el apóstol Juan nos dice de Cristo: “Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20). El Señor, Jehová de los ejércitos, el Rey a quien vio Isaías, cuyos serafines proclaman la santidad y la gloria de Él, es el Señor Jesús, pues el Evangelio dice: “Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él” (Isaías 6:1-7; Juan 12:41). Cuando él viene al mundo, es Jehová, es nuestro Dios el que viene (Isaías 40:3; comp. Juan 1:23; Lucas 3:4-6). Y cuando él vuelva, ello será “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).
Es importante recordar todos estos pasajes que dan al Señor Jesús el nombre de Dios, pues muchos hombres se lo niegan. Bastantes porciones de las Escrituras demuestran la divinidad y la existencia eterna e inmutable de Cristo al atribuirle los títulos que solo pertenecen a Dios. Así Jehová, al hablarle a Moisés, le había dado la revelación de su ser inmutable: “Yo soy el que soy”, y el Señor Jesús, al dirigirse a los judíos, les dice: “Antes que Abraham fuese, YO SOY” (Éxodo 3:14; Juan 8:58). Del mismo modo Jehová, el Rey de Israel y su Redentor, Jehová de los ejércitos, dice en Isaías:
Yo soy el primero, y yo soy el postrero; y fuera de mí no hay Dios
(Isaías 44:6).
Jesús, al presentarse a Juan en su gloria como el Anciano de días y al mismo tiempo como el Hijo de Dios, dice a su discípulo caído como muerto a sus pies: “No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo” (Apocalipsis 1:17). El Viviente, Aquel que tiene la vida en sí mismo y da la vida, es también un título dado a Jehová: “Pozo del Viviente-que-me-ve” (Génesis 16:14). “Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo” (Jeremías 10:10). Jesucristo es inmutable, nos dice el apóstol: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). Pero la inmutabilidad solo le pertenece a Dios. Todo cambia y pasa, pero él sigue siendo lo que ha sido y lo que es. Y he aquí que, en esta misma epístola a los Hebreos, el Salmo 102 –el cual describe la inmutabilidad de Dios– es aplicado al Señor Jesús: “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán” (cap. 1:10-12).
Tal es la divina grandeza de Jesús. En varios de los pasajes que hemos visto, él es revelado como Aquel que creó todas las cosas y que las sustenta con la palabra de su poder. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. “En él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”; “el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Juan 1:3; Colosenses 1:16-17; Hebreos 1:3). ¿Quién tiene la atribución de crear sino el Todopoderoso? Y ¿de quién es la omnipotencia sino solo de Dios? Una criatura, cualquiera que sea, no puede producir nada. Cristo, pues, es Dios, ya que creó los mundos y es el Todopoderoso. Este es el título que adopta en el Apocalipsis:
Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso
(Apocalipsis 1:8).
Y estas palabras se ajustan bien al Señor Jesús, pues él mismo, al final de este libro, dice: “He aquí yo vengo pronto… Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Apocalipsis 22:12-13; 21:6). Notemos también que estas últimas expresiones suponen la existencia eterna del Señor. Él es Aquel que vive por los siglos de los siglos (Apocalipsis 1:17-18).
Esta misma omnipotencia divina es la que Cristo desplegaba cuando estaba en la tierra. Así como el primer día de la creación decía: “Sea la luz; y fue la luz”, de igual modo con una palabra ordenaba al viento y al mar que se calmaran: “Calla, enmudece… y se hizo grande bonanza” (Marcos 4:39). “Quiero, sé limpio” dijo al leproso, y este quedó limpio (Marcos 1:41-42). “Joven, a ti te digo, levántate”, o bien: “Ven fuera”, y a esta sola orden, poderosa, los muertos resucitaron (Lucas 7:14-15; Juan 11:43-44). Él tenía en sí mismo este poder divino, y por eso podía decir: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré…” (Él hablaba del templo de su cuerpo – Juan 2:19, 21), y por esta omnipotencia que solo pertenece a Dios, y que él posee, resucitará a justos e injustos: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:25-29).
Por ser Dios, él podía perdonar los pecados (Marcos 2:7-10); y porque él es Dios, pudo efectuar la salvación, pues Jehová dijo: "Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve” (Isaías 43:11). Y el apóstol Pedro proclama, al hablar de Jesús:
Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos
(Hechos 4:12).
Este nombre glorioso es el de Jesús o Joshua, Jehová Salvador. Y es él, el Salvador todopoderoso, quien va a venir de los cielos y “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:21).
Retengamos con firmeza la enseñanza de la Palabra de Dios referente a la divinidad de nuestro adorable Salvador. “El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió” (Juan 5:23). Y: “Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (Juan 12:26). Tomás dijo a Jesús: “¡SEÑOR MÍO, Y DIOS MÍO!” (Juan 20:28).