Dios el Padre
Él es el Padre en el sentido más elevado y excelente, como Padre de nuestro adorable Salvador, el Señor Jesucristo, su Hijo unigénito desde la eternidad (Juan 1:14, 18), el Hijo de su amor (Colosenses 1:13) y su Hijo amado como hombre en la tierra. A Jesús, sobre todo en el evangelio según Juan, le agrada presentar a Dios como el Padre, como su Padre. Llama al templo “la casa de mi Padre” (Juan 2:16). En cuanto a su obra, dice: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17); “mi Padre os da el verdadero pan del cielo” (cap. 6:32). También dice: “Esta es la voluntad de mi Padre” (cap. 6:40, V. M.) y “yo he guardado los mandamientos de mi Padre” (cap. 15:10). Hay aun muchos otros pasajes en los cuales se habla de Dios, el Padre del Señor Jesús. Así leemos: “El Padre ama al Hijo”, “por eso me ama el Padre” (Juan 3:35; 5:20; 10:17). El Hijo se gozaba de este amor del Padre por él.
Dios es el Padre en un sentido absoluto, como una Persona de la Trinidad. Pero Dios también es llamado Padre como dador de la existencia a todos los seres. Hay “un Dios y Padre de todos” dice el apóstol Pablo en Efesios 4:6. También es considerado como Padre de Israel, porque él eligió y formó ese pueblo para sí mismo (Deuteronomio 32:6; Isaías 63:16; 64:8).
Pero, en un sentido íntimo, Dios es el Padre de todos aquellos que creen en el Señor Jesucristo, de cada uno de ellos individualmente, los cuales juntos forman su familia. Es esta una preciosa relación en la cual el Señor introduce a sus discípulos después de su resurrección. María de Magdala, de la cual Jesús había echado siete demonios, recibe de su boca esta maravillosa revelación y es encargada de transmitirla a los discípulos:
Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios
(Juan 20:17).
De manera que el Padre del Señor Jesús viene a ser nuestro Padre cuando creemos en su Hijo amado, así como está escrito: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Así como Jesús es el amado Hijo del Padre, ellos son hijos de Dios, amados como Jesús fue amado (Efesios 5:1; Juan 17:23). Esta relación de hijo de Dios nunca puede ser rota, pues quienes la gozan son nacidos de Dios y tienen la vida eterna.
¿No es un maravilloso efecto del amor de Dios el hecho de que él nos salve y haga de nosotros –pecadores e hijos de ira– hijos de Dios? Por eso el apóstol Juan, al contemplar ese hecho digno de nuestra adoración, exclama: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios… Amados, ahora somos hijos de Dios” (1 Juan 3:1-2). Podemos, pues, adorar a Dios como Padre (Juan 4:23) ¡Qué gracia!