Libre en Cristo

Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres (Juan 8:36).

Introducción

Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado
(Juan 8:34).

Al final de la calle donde vivo se erigen los siniestros muros de una de las prisiones más grandes de Alsacia (Francia). Como un desafío irónico, justo al lado se halla la plaza de la Libertad. Me pregunto: las personas que allí se sientan a disfrutar de los primeros rayos del sol, ¿son necesariamente más libres que las que están a 100 metros, detrás de los muros? Desde el punto de vista cívico, por supuesto que sí, pero interiormente, en sí mismas, ¿son verdaderamente libres?

De hecho, ¿qué es la libertad? ¿Es hacer lo que a uno bien le parezca, tal vez sin infringir las leyes, pero violando toda regla moral, sin tener en cuenta a los demás y viviendo tan solo para sí mismo? Llevada al extremo, esta concepción de la vida solo puede producir destrucción. La destrucción de hogares, de familias, de la sociedad. Esta no es la verdadera libertad. Ella no puede ser independiente de una ley moral. En nuestra época, los hombres hablan fácilmente de liberarse de los tabúes y de las reglas arcaicas, pero en realidad son esclavos de sus propios impulsos, pues son incapaces de dominarlos (2 Pedro 2:19).

La Biblia nos enseña que la libertad era el privilegio de Adán en el huerto de Edén. Dios lo creó libre. Él podía comer libremente de todos los árboles del huerto (Génesis 2:16). Su libertad se realizaba en la medida en que permaneciera en relación con su Creador, respetando la orden divina: “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás” (Génesis 2:17). Al transgredir el único mandamiento que Dios le dio, Adán se convirtió en pecador. “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (Romanos 5:12). Desde entonces el hombre está sujeto a la servidumbre y al miedo (Hebreos 2:15; Romanos 8:20).

El Espíritu del Señor… me ha enviado… a pregonar libertad a los cautivos… a poner en libertad a los oprimidos
(Lucas 4:18).

Pero la gracia de Dios apareció, Cristo vino. Él es el Redentor, el que libera de la esclavitud del mal. Produce este cambio radical llamado nuevo nacimiento. Entonces podemos recibir la libertad, libertad en nuestra relación con Dios, a quien conocemos como nuestro Padre celestial. Libertad también en nuestra relación con los que nos rodean, a los cuales ya no vemos como inquietantes extraños, sino como personas a las que Dios ama y a quienes desea darse a conocer. Y libertad interior por la acción del Espíritu Santo que produce en nuestra alma la liberación de las fuerzas del mal y al mismo tiempo el deseo y la capacidad de hacer el bien.

Dios da gratuitamente la libertad a todos los que confían en Jesucristo. Este es el Evangelio. Ser salvo por Jesús es ser liberado. Este hecho tiene dos aspectos:

–   La liberación de todo lo que nos esclaviza;
–   Tener la libertad cristiana para gozar de la verdadera vida.

El Señor Jesús es el Redentor, el Pastor, el Sumo Sacerdote, el Hijo de Dios… El título de Redentor corresponde al primer aspecto: la liberación. Los nombres de “Buen Pastor”, “Sumo Sacerdote” e “Hijo de Dios” corresponden al segundo aspecto: la libertad cristiana.