La mesa del Señor

La realidad presente

La verdad de la unidad del cuerpo y la de la presencia de Cristo en medio de la Asamblea, prometida a los dos o tres “reunidos en mi Nombre” (Mateo 18:20), son prácticamente desconocidas o abandonadas en los diversos sistemas o denominaciones religiosas que están en el terreno de independencia.

Ignoran la unidad del cuerpo de Cristo simbolizada por un solo pan; o aun conociéndola, no la llevan a la práctica. En esas condiciones, no se puede decir que la «mesa del Señor» se halla en medio de dichos cristianos. Celebran la cena del Señor, y quizás algunos participan de ella con más seriedad que otros cristianos que profesan hallarse en el terreno de la unidad del Cuerpo. Pero no manifiestan la verdad encerrada en la expresión «mesa del Señor», sino que, por su posición de independencia, la niegan. Si entre ellos estuviese la mesa del Señor y Su presencia, según Mateo 18:20, sería el santo deber de todo hijo de Dios reunirse con ellos, alrededor del Señor, quien estaría presente. Quedar separados, en dichas condiciones, no sería nada menos que provocar un flagrante cisma.

Se puede decir, pues, que una reunión de creyentes no tiene en medio suyo la presencia del Señor y su Mesa, cuando mantienen principios contrarios a las Escrituras; cuando abiertamente hacen lo que es malo y rehúsan apartarse de la iniquidad. Es asociar el santo nombre del Señor con la iniquidad. ¿Por qué erigió Moisés la tienda del Testimonio “fuera del campamento”? (véase Éxodo 33:1-11). ¿Por qué era precisamente allí donde Dios se encontraba con él? Si a nosotros, sus siervos, Dios nos exhorta a separarnos de toda iniquidad, ¿cómo puede Él mismo estar asociado a un sistema donde los fieles rehúsan arrepentirse y apartarse de la iniquidad?

En el caso de la asamblea en Corinto vemos que la presencia del Señor y su Mesa pueden hallarse aun allí donde hay injusticias y existe el mal. Cuando el mal se descubre en una asamblea, no debemos de entrada separarnos de ella, sino tomar posición contra este mal para que pueda ser quitado. Pero, ¿qué haremos si una asamblea se niega a purificarse? ¿Qué habría sucedido si la asamblea en Corinto no se hubiese querido purificarse de un mal probado y manifiesto; si la carta del apóstol no hubiera producido la «tristeza que es según Dios» y el arrepentimiento (véase 2 Corintios 7:11); si no hubiera despertado un santo celo para quitar al malo de entre ellos? Pablo, ¿la habría seguido llamando “la iglesia de Dios que está en Corinto”, reconociéndola como una asamblea de santos en donde el centro era Jesús (Mateo 18:20), “el que es santo, el que es veraz”? ¡Esto habría sido imposible! La presencia del Señor, y por consiguiente su Mesa, no se encuentra donde se niega la santidad que conviene a la casa de Dios, donde no quieren humillarse, ni separarse de la iniquidad. Eso nos muestra, una vez más, que la mesa del Señor no solo está vinculada con la posición de los creyentes, sino también con su fidelidad en la marcha o conducta.