La salvación final
Creyentes, ante nosotros tenemos una última liberación. De los cielos “esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21). Como lo presentan varios pasajes de las Escrituras, poseemos, desde ahora, por la fe, la salvación de nuestra alma (1 Pedro 1:9); pero en la cruz fue pagado el rescate de todo nuestro ser, y esperamos la liberación, la redención de nuestro cuerpo (Romanos 8:23-24). Vamos a ser llevados lejos de esta tierra de miseria y de combate a las moradas eternas, vestidos de cuerpos dignos de esa residencia gloriosa. En ella “no entrará… ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27). Es la gran salvación final. Seremos liberados incluso de la propia presencia del pecado. Seremos semejantes a nuestro Salvador, y estaremos todos juntos para siempre con él.
Ésa es la esperanza del cristiano, su consuelo en los días de luto. Cuando los creyentes se duermen en Jesús, sus cuerpos vuelven por algún tiempo al polvo, pero sus espíritus entran en el reposo junto al Salvador. “Ausentes del cuerpo”, están “presentes con el Señor” (2 Corintios 5:8). El apóstol Pablo estimaba que “partir y estar con Cristo… es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23). Es la felicidad que Jesús aseguraba en la cruz al malhechor arrepentido: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
Pero este bienaventurado estado no es más que una espera de bendiciones más elevadas todavía. Pronto va a cumplirse la promesa del Señor:
Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo
(Juan 14:3).
La Palabra nos precisa cómo se desarrollará esta próxima venida de Jesús para llevarse a los suyos: “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16-17). Este acontecimiento está muy cerca: “¡He aquí, vengo pronto!” (Apocalipsis 22:7, 12, 20). Nosotros mismos seamos, pues, semejantes a siervos que esperan a su Señor (Lucas 12:35-40). Apliquémonos constantemente a ser como él desea encontrarnos a su venida.
He aquí viene Aquel que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, el cual llevó nuestros pecados en su cuerpo en la cruz y nos libró de los tormentos eternos al precio de sus sufrimientos, Aquel a quien nuestra fe ha asido como un perfecto Salvador, Aquel en quien tenemos la vida eterna, quien nos ha hecho cercanos a Dios como hijos muy amados, Aquel cuya elevación a la gloria nos ha valido el envío del Espíritu a nuestros corazones, Aquel que cuida de nosotros a lo largo de todo el camino, como un Pastor cuyo rebaño le es querido.
Miremos juntos arriba, todos nosotros, sus rescatados, los que formamos su Iglesia, su esposa por la eternidad, y digamos con corazones unánimes: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:17, 20).