No aguardemos a estar en el cielo para celebrar a nuestro Dios Salvador. “Alabaré a Jehová en mi vida. Cantaré salmos a mi Dios mientras viva”, declara el salmista (v. 2; Salmo 34:1). Solo Él merece nuestro homenaje, como así también nuestra confianza. Los versículos 3 y 4 nos advierten seriamente acerca de no poner nuestra confianza en el hombre, porque es un constante peligro que puede tomar muchas formas (por ejemplo: la búsqueda de la influencia). No esperemos ningún apoyo de los «dignatarios», aun cuando ocasionalmente Dios mismo se sirve de ellos para nuestro bien. Pese a lo alto que estén colocados, no hay salvación en ellos (v. 3); se asemejan a la vanidad (Salmo 144:4) y, si son incrédulos, perecerán un día con sus pensamientos (v. 4).
¿Qué pensaríamos de un hijo de padres acomodados que fuera a mendigar a la puerta de vecinos pobres? Tenemos como Padre a un Dios infinitamente poderoso, infinitamente sabio y que nos ama; ¿qué más necesitamos? Liberta a los cautivos de Satanás (v. 7); abre los ojos de la fe (Efesios 1:18); levanta a los que andan doblados bajo cargas demasiado pesadas. Ama a los justos (v. 8). El extranjero, el huérfano y la viuda gozan de cuidados apropiados a sus necesidades (Lucas 4:18). Dice un cántico: «Contemos los beneficios de Dios; adorándole, veremos cuán grande es el número de ellos».
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"