“Enséñame a hacer tu voluntad” era la oración del Salmo 143 (v. 10). “Adiestra mis manos para la batalla…” pide David aquí. El combate cristiano tiene también sus leyes (2 Timoteo 2:5) y cada creyente que quiere agradar a “Aquel que lo tomó por soldado” debe cumplir, por decirlo así, su servicio militar. No obstante, no cuenta con la experiencia adquirida ni con su valentía para ser victorioso. Declara aquí:
Dios...es mi castillo, fortaleza mía y mi libertador, escudo mío en quien he confiado (v. 2).
La liberación de arriba, que responderá al clamor del remanente, abrirá por fin la puerta a las bendiciones milenarias (v. 12-15). Pero no olvidemos que, a diferencia de Israel, pueblo terrestre, las actuales bendiciones del creyente son espirituales “en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3). Por consiguiente están –como Cristo– fuera del alcance de las pruebas terrenales y les es posible gozar de ellas en medio de las peores dificultades. A la inversa, si todo nos parece estar lo mejor posible en lo que acontece a nuestra salud, a nuestros negocios y a nuestra vida familiar, no concluyamos de ello que nuestra alma también prospera, ni que tenemos la aprobación del Señor. Por desdicha, las cosas podrían ser muy distintas…
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"