Este salmo nos hace entrever cuánto sufrirán los creyentes del remanente judío durante los terribles tiempos de la gran tribulación. La gracia de Dios nos ha preservado hasta ahora de persecuciones en nuestros países. Pero es bueno hacerse a veces esta pregunta: Si mañana se debiera de nuevo sufrir como cristiano, ¿querría yo aún llevar ese nombre?
Por otra parte, no olvidemos que tenemos que habérnosla continuamente con enemigos tanto más terribles cuanto nos son familiares. De ese hombre malo, violento (v. 1), que maquina el mal (v. 2), que “aguza su lengua como la serpiente” (v. 3) y que se esfuerza en hacer resbalar mis pasos (v. 4), la epístola a los Romanos me revela una cosa espantosa: él mora en mi propio corazón (Romanos 3:13; 7:17). Pero la misma epístola contiene, si así puede decirse, su esquela de fallecimiento (cap. 6:6). La muerte me liberó de ese “viejo hombre”; ya no tengo que combatirlo sino considerarlo crucificado con Cristo.
En cuanto al enemigo de fuera, también es Dios quien me protege de él. El Señor es “potente salvador mío” –dice el fiel– “tú pusiste a cubierto mi cabeza en el día de la batalla” (v. 7). El yelmo de la salvación es una pieza indispensable de la completa “armadura de Dios” (Efesios 6:17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"