Dios empezó el juicio por Israel, que era entonces “su propia casa”. Es el principal tema de los doce primeros capítulos. Ahora, en una nueva división que nos conducirá hasta el capítulo 27, va a hablarnos de su juicio sobre las naciones. Históricamente, se trata en primer lugar, de los pueblos contemporáneos de Isaías. Por esta razón, las diferentes profecías que leeremos sucesivamente ya se han cumplido al pie de la letra. Relatos de viaje confirman que aún hoy el emplazamiento de Babilonia es un lugar asolado y temido, en el cual viven solo las fieras del desierto (v. 17-22). No obstante, “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada” (2 Pedro 1:20), dicho de otro modo, no se explica aisladamente ni aun por los hechos históricos posteriores. Lo que se debe buscar siempre en ella, con la inteligencia que da el Espíritu Santo, es una relación con el pensamiento central y final de Dios, a saber, Cristo y su futuro reinado.
Así es que existe una Babilonia profética, la falsa Iglesia apóstata (véase Apocalipsis 17:5; cap. 18). Esta caerá antes del establecimiento del reino para la alegría de los santos, los que se regocijan en la grandeza de Dios, “los que se alegran con mi gloria” (v. 3).
Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros, santos, apóstoles y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella
(Apocalipsis 18:20; comp. Salmo 35:15, 26).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"