En el capítulo 10, los versículos 18 y 19, 33 y 34 comparan a Israel con un orgulloso bosque en el cual el hacha y el serrucho (Asiria en la mano de Dios, v. 15) producirán vastos claros. Y el árbol real de Judá también será abatido, ya que pronto no habrá más descendiente de David sobre el trono. Pero el lector ya lo habrá observado en la naturaleza: ocurre que renuevos llenos de savia vuelven a brotar de un tronco cortado. Asimismo, del “tronco de Isaí” (padre de David), seco en apariencia, brotó un nuevo vástago. Creció y, con abundancia, llevó el fruto del Espíritu de Dios (cap. 11:2).
El vástago, la raíz y el linaje de David (v. 1, 10; Apocalipsis 22:16), son nombres que el Señor Jesús lleva en relación con la bendición de Israel y la del mundo. Entonces la justicia y la paz reinarán sobre la tierra, aun entre los animales: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará…” (v. 6).
¡Qué contraste entre ese encantador cuadro del milenio y el estado actual de la creación que “gime a una, y a una está con dolores de parto” (Romanos 8:19-22) mientras aguarda el reposo y la gloria por venir! Todos los exiliados de Israel participarán de ella. Volverán de su dispersión como otrora el pueblo volvió de su cautiverio en Egipto. Y el capítulo 12 pone en su boca la alabanza final, la que nos recuerda el primer cántico entonado por Israel (comp. v. 2; Éxodo 15:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"