Después del juicio contra Babilonia y Asiria, viene el de las naciones vecinas de Israel. Como acusados que se suceden ante un tribunal, esos tradicionales enemigos del pueblo judío van a oír, uno tras otro, una solemne profecía. La Filistea, sojuzgada por Uzías, padre de Acaz (2 Crónicas 26:6), no tenía por qué regocijarse por la muerte de este último (v. 28-29), puesto que Ezequías, su hijo, iba asimismo a atacarla. “Hirió también a los filisteos hasta Gaza y sus fronteras, desde las torres de las atalayas hasta la ciudad fortificada” (2 Reyes 18:8).
En lo que concierne a Moab, muy grande es su soberbia (cap. 16:6). A este pueblo lo caracteriza el orgullo, del cual Dios declara: “La soberbia y la arrogancia aborrezco” y anuncia: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 8:13; 16:18). Asistimos a esta ruina de Moab. La desolación de Moab es indescriptible. Sus alaridos de espanto y de desesperación llenan los capítulos 15 y 16.
En los versículos 2 a 4 del capítulo 16 nos enteramos de que los fieles que huirán de la persecución del Anticristo en Judá hallarán refugio sobre el territorio de Moab. Finalmente, después de la ejecución de los juicios, habrá uno quien reine con misericordia, con verdad, con rectitud y con justicia. El Salmo 72, versículos 1-4, anuncia estos tiempos felices, en los cuales Cristo, el verdadero Salomón, juzgará al pueblo con justicia y rectitud.