Este cántico del israelita traído de vuelta a su país, cuánto más puede cantarlo hoy el redimido del Señor: “Estaba yo postrado, y me salvó… tú has librado mi alma de la muerte…” (v. 6, 8). Pero el recuerdo de una salvación tan grande hace que el creyente tenga conciencia de los derechos que su Salvador tiene sobre él. El versículo 8 evoca una liberación triple: Dios salva a nuestras almas; sostiene nuestros corazones agobiados por la prueba; finalmente, nos preserva de las trampas y de las tentaciones en las que, débiles como somos, podríamos tropezar.
Por eso cada uno puede hacerse la pregunta del versículo 12: “¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?”. “Amo a Jehová…” contesta el salmista; estas son las primeras palabras del salmo y el primer efecto del Evangelio, aquel que es la base de todos los demás. Entonces, de la abundancia del corazón, la boca puede confesar el nombre del Señor (v. 10; 2 Corintios 4:13). Pero se puede dar testimonio de más de una manera: “Tomaré la copa de salvación… Te ofreceré sacrificio de alabanza… delante de todo tu pueblo” (v. 13, 17, 14). Adorémosle, pues, de todo corazón, con sacrificios de alabanza, “frutos de labios que confiesan su nombre” (Hebreos 13:15).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"