Este terrible salmo empieza invocando al “Dios de mi alabanza” (v. 1). Ninguna amenaza, ningún motivo de abatimiento impedía que Jesús levantara los ojos hacia su Padre y le alabara. Al contrario, esas circunstancias constituían más razones para hacerlo. ¿Cómo se defendía cuando estaba rodeado “con palabras de odio”? (v. 3). “Mas yo oraba”, dice él (v. 4). Tal debería ser, queridos amigos creyentes, nuestra única réplica cuando encontremos una injusta hostilidad. Si callamos –o más bien si hablamos solo a Dios– Él no callará y se encargará de contestar por nosotros (v. 1; Romanos 12:19).
Sin embargo, solo Cristo “sufrió tal contradicción…” (Hebreos 12:3). Sus adversarios (a quienes, en el original hebreo, se les designa con el mismo nombre que a su maestro Satanás) no solo “pelearon contra Él sin causa”, sino que –exclama Jesús– “me devuelven mal por bien, y odio por amor” (v. 5). Y entre ellos se había colocado Judas, culpable de una ingratitud tanto más espantosa cuanto había sido el objeto de un más íntimo afecto. El libro de los Hechos de los apóstoles 1:20 le aplica el versículo 8 (y para el porvenir, este pasaje se refiere al Anticristo). Por cierto, había aquí motivos para quebrantar el corazón del Señor (v. 16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"