La visión de Isaías

Isaías 6:1-13

En una gloriosa visión, el joven Isaías se halla de repente colocado en presencia del Dios santísimo. Convencido de pecado, exclama: “¡Ay de mí, pues soy perdido!” (V. M., comp. Lucas 5:8). Entonces a la santidad de Dios viene a responder su gracia. El altar está al lado del trono. La purificación del pecador se cumple a partir del altar, figura del sacrificio de Cristo. Y veamos con qué diligencia Isaías se presenta en seguida para servir a Aquel que acaba de quitar su pecado. ¿Estamos dispuestos a contestar del mismo modo al llamamiento del Señor: “Heme aquí, envíame a mí”?

Es una misión muy extraña la que recibe en primer lugar el joven profeta. ¡Debe anunciar a “este pueblo” que Dios hará incomprensible Su mensaje! Este endurecimiento ha sido a menudo recordado, por ejemplo en Mateo 13:14; Juan 12:40; Hechos 28:25-27: “Anda… Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad”. Isaías es enviado solo después que ese pueblo desechó “la palabra del Santo de Israel” (cap. 5:24). Y Dios lo permite para que las naciones puedan también participar de la salvación (Romanos 11:25).

Ese año de la muerte del rey Uzías fue decisivo para el joven Isaías. ¿Existe también en nuestra vida una fecha sobresaliente: la de nuestra conversión?

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"