Después de haber contestado al llamado de Dios, Isaías fue obligado –así parece– a esperar mucho tiempo (por lo menos 16 años: duración del reinado de Jotán) antes de empezar su servicio público. Si tenemos que pasar por semejante escuela de paciencia, no nos desanimemos. Dejemos que el Señor escoja el momento y la manera que le convienen para emplearnos. Nuestra única responsabilidad es:
La de estar disponible y ser obediente
(comp. Mateo 8:9).
Isaías es enviado, primeramente, al rey de Judá, el malvado Acaz. La hora es grave para el pequeño reino. Está amenazado por Rezín, rey de Siria, y, cosa triste de decir, por Peka, rey de Israel. Satanás, a través de ellos, busca derribar el trono de David y entonces se opone al reinado del Mesías prometido. Pero el profeta está encargado de dar una buena noticia: los dos agresores no podrán cumplir su “maligno consejo”.
Luego Acaz, pese a su indignidad y falsa humildad, es invitado a oír una revelación mucho más grande y más gloriosa: el nacimiento de Emanuel. Él traerá la salvación a la casa de David, a Israel y al mundo. ¡Hermoso nombre el de Emanuel: “Dios con nosotros”! (Mateo 1:23). Lo hallamos aquí como un primer rayo de luz proyectado por la lámpara profética en medio de las más profundas tinieblas morales. Léase 2 Pedro 1:19.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"