Si la gratitud es el sentimiento que nos conviene en cuanto al tiempo pasado (Salmo 90), el que debe dominar en nosotros para el porvenir es la confianza en Dios. Grandes son, en efecto, los peligros de orden moral que amenazan al creyente. ¿Quién es el cazador (v. 3), el león, el áspid, el dragón… (v. 13), sino el mismo Satanás? “La pestilencia que anda en oscuridad” (v. 3, 6), ¿no nos habla del pecado, cosa mucho más grave que una enfermedad? “La saeta que vuela de día” (v. 5) sugiere algún mal pensamiento que surge de improviso por medio de una imagen vista en la calle, de una lectura o de una conversación de dudosa rectitud. “Los terrores nocturnos” son las inquietudes que impiden, a menudo, que gocemos del sueño apacible que el Señor nos ha preparado (Salmo 4:8).
Cualquiera que sea la trampa o la amenaza, tenemos un refugio: el Altísimo y Omnipotente (v. 1-2, 9). Imitemos a Aquel que en medio de los mismos peligros experimentó perfectamente esa confianza. En el desierto, Cristo supo confundir y atar al Tentador que se había atrevido a citar este salmo. Desde el versículo 9, las promesas de Dios vienen a contestar la oración del Hombre perfecto. También gozaremos de ellas en la medida en que pongamos, como Jesús, nuestra fe y nuestro afecto en Dios (v. 14).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"