En este salmo de David (el único en este tercer Libro) el salmista se dirige al Señor por varias razones: él es afligido y menesteroso; es un hombre piadoso; en fin, es su siervo. Se vale de esos motivos para pedir la salvación (v. 2), el gozo (v. 4) y la fortaleza (v. 16). Luego, este siervo conoce a su Señor; sabe que solo Él es Dios (v. 10), que Él es “bueno y perdonador” (v. 5), “misericordioso y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad” (v. 15; ver también Jonás 4:2). En estos términos Jehová se reveló otrora a Moisés sobre el monte Sinaí (Éxodo 34:6).
Pero el salmista siente toda su debilidad e incapacidad para conducirse. “Enséñame tu camino”, ruega él y luego añade:
Afirma mi corazon para que tema tu nombre (v. 11).
Comentando este pasaje, un creyente escribió: «El corazón tiene tendencia a ser distraído por mil objetos, por mil pensamientos fugaces; por eso el salmista pide al Señor que le dé un único propósito. Cuán necesario es que tengamos un corazón enteramente concentrado en Cristo. Allí se encuentra el poder… Nuestra pequeñez ha hallado en Su grandeza nuestro lugar y nuestra fortaleza». ¡Ojalá sea esta oración de David, especialmente la del versículo 11, también la de cada uno de nosotros!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras