Es completo el contraste entre Sion, la santa ciudad fundada por Dios mismo, y las poderosas naciones de la tierra: Egipto, Babilonia, Tiro…, imperios levantados por el hombre para su propia gloria. Está cercano el momento en que Jehová “inscribirá a los pueblos” y dará a cada uno su derecho de ciudadanía.
De algún modo se les reconoce a los hombres dos orígenes, dos ciudadanías, según hayan pasado o no por el nuevo nacimiento. La del creyente está “en los cielos” (Filipenses 3:20). Por la eternidad es ciudadano de la Jerusalén celestial, y Dios lo considera como nacido en ella (v. 5). La otra ciudadanía es la del mundo. Es pasajera, pues “la apariencia de este mundo se pasa” (1 Corintios 7:31); mientras que
El fundamento de Dios está firme
(2 Timoteo 2:19).
Por eso se dirá de los hombres de la tierra, incluidos los más ilustres: “este nació allá” (v. 4).
“Todas mis fuentes están en ti”, cantan los rescatados (v. 7). Nosotros, que por gracia somos ciudadanos del cielo ¿iremos a beber de las fuentes del mundo? Más bien cantemos al Señor con toda verdad:
Fuente de vida, de gozo y luz pura,
fuente de amor constante y profunda,
fuente de Dios, dulce, en saber fecunda…
Dichoso aquel que en el erial bebiera
de ti, Jesús, ¡fuente de amor!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras