En la creación, cada ser viviente ha hallado un albergue o un nido. Pero el creyente, al igual que su Señor, no conoce aquí abajo el verdadero reposo (v. 3; Mateo 8:20). Los afectos del creyente están en otra parte: en esas moradas celestiales donde su lugar está preparado (Juan 14:2; comp. con v. 2, 10). De lo que está lleno, el corazón del fiel rebosa: “… tus altares, oh Jehová de los ejércitos” (v. 3). El altar de bronce y el altar de oro nos hablan de Cristo, su sacrificio y su intercesión, de aquel cuya presencia da a la Casa del Padre todo su valor para nosotros. Pero el camino que lleva allá atraviesa un mundo que es un valle de lágrimas. Los hijos de Coré, autores de este salmo, lo habían experimentado (Salmo 42:3).
Pero ¡qué importa! Si “los caminos” de Dios están en nuestro corazón, –dicho de otro modo, si nada nos separa de Aquel hacia quien vamos,– entonces incluso las lágrimas se cambiarán en experiencias bienhechoras; andaremos “de poder en poder” y no de caída en caída. Finalmente, las excelentes promesas de “gracia y gloria” del versículo 11 serán nuestra porción y experimentaremos, nosotros también, la triple bendición contenida en este magnífico salmo (v. 4-5, 12).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"