Antes que, al alba del día milenario (Salmo 66), la alabanza sea universal, ella se prepara en silencio en el corazón de los rescatados. Tendría que sernos familiar esa adoración silenciosa que no aguarda hasta el domingo a la mañana para elevarse ante Dios y que es tanto más real cuanto no necesita palabras. Ejercitémosla durante nuestros trayectos, durante los intervalos de nuestro trabajo o sobre nuestro lecho durante las vigilias de la noche… (Salmo 63:6). Siempre será oída y comprendida por Aquel que oye la oración (v. 2).
Después de haber experimentado en el versículo 3 que los pecados son perdonados, Israel (y el cristiano igualmente) podrá gozar de la presencia de Dios y de las bendiciones de su comunión (v. 4).
El salmo termina con un magnífico cuadro de las futuras bendiciones terrenales, figuras de las riquezas espirituales que el creyente posee desde ahora. Si este se marchita “en tierra seca y árida donde no hay aguas” (Salmo 63:1), debe recordar que “el río de Dios (está) lleno de agua” (v. 9). Queridos amigos: ¿no es culpa nuestra, entonces, si nuestra alma está a veces reseca? (Juan 4:14-15).
El versículo 8 nos dice aun: “Tú haces alegrar las salidas de la mañana y de la tarde”. Sí, ojalá nuestras jornadas empiecen, se desarrollen y acaben en un cántico de dicha y de amor.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"