En este salmo, el creyente no solo experimenta la aridez de un mundo que no puede apagar la sed de su alma, como en el Salmo 63:11, sino también la adversidad de los hombres que afilan su lengua “como espada” contra él (comp. Salmos 55:21; 57:4). La fidelidad siempre excitó la animosidad de los incrédulos. No es de extrañar, pero cuidémonos de que nuestra conducta no dé asidero a acusaciones justificadas. Contra esa espada y esas saetas, vistámonos de “la coraza de justicia” (es decir, una conducta irreprochable; Efesios 6:14; léase 1 Pedro 2:12) y opongamos a todas esas manifestaciones de maldad una “sabia mansedumbre” (Santiago 3:13). Entonces Dios tomará nuestra causa en mano, “porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:17-19).
“¿Quién los ha de ver?” habían dicho los enemigos del justo (v. 5; ver también Salmos 10:11; 59:7). Pues bien, ¡Dios lo ve! Su mirada descubre en lo más profundo del corazón la malevolencia y los inicuos designios (v. 6). Y como respuesta a la flecha (esa “palabra amarga”) disparada “de repente” contra el hombre íntegro (v. 4), Dios prepara su propia saeta, la que liberará a su redimido de modo igualmente repentino cuando haya llegado el momento (v. 7).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"