Con excepción del versículo 5 y de la sustitución del nombre de Dios por el de Jehová, el Salmo 53 es la reproducción casi textual del Salmo 14. Los tres primeros versículos están citados en el capítulo 3 de la epístola a los Romanos (v. 10-12) para demostrar la quiebra general de toda la raza humana que nunca nadie ha podido contradecir. “No hay quien haga bien”, dice el versículo 1; “ni aun uno”, agrega el versículo 3. Sin embargo, sabemos que hubo un Hombre, el que vino del cielo, santa excepción entre los hijos de los hombres, a quien “Dios, desde los cielos miró” (v. 2; comp. Mateo 3:16-17).
“No hay Dios”, pretende el necio en su corazón, aunque su conciencia le diga lo contrario; aunque se mueva con Su permiso, viva de Sus beneficios y respire por Su aliento, “porque en él vivimos y nos movemos y somos” (Hechos 17:28). Pero Dios le molesta; por ello se esfuerza para persuadirse de que no existe y pone en su lugar la ciencia «todopoderosa» o la filosofía. Y cuando, pese a todo, está obligado a admitir que las cosas que lo superan tienen una causa, el incrédulo habla vagamente de la Naturaleza o de la Providencia para no tener que pronunciar ese nombre de Dios que le da miedo… porque Dios es luz. Él confundirá a todos los que “hacen iniquidad”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"