Hasta el final del segundo Libro de los salmos (Salmo 72) hallaremos algunos de David, varios de los cuales fueron compuestos en circunstancias especiales, como el 51. El capítulo 22 (v. 9 y sig.) del primer libro de Samuel relata cómo Doeg el edomita refirió a Saúl el paso de David por la casa de Ahimelec el sacerdote y la matanza que resultó de tal hecho. Ese Doeg es una figura del Anticristo, personaje profético que encarnará al mal y se jactará de ello (v. 1). ¡Qué contraste entre el versículo 7 del Salmo 45, dirigido al Señor Jesús y los versículos 1 y 3 de este salmo que interpela “al poderoso”: “Amaste el mal más que el bien, la mentira más que la verdad”. Para el consuelo de los fieles, la profecía del versículo 5 (“Por tanto Dios… te desarraigará de la tierra de los vivientes”) se cumplirá según lo dicho acerca del falso profeta en el Apocalipsis (cap. 19:20).
Frente a este poder del mal, el salmista se refugia en Dios (v. 8) y aun le alaba (v. 9). El Espíritu de Dios sabe servirse de las mayores pruebas para producir acentos de alabanza en el corazón de los redimidos. En cuanto al incrédulo, nunca tendrá paz y sus precarios apoyos no merecen la confianza que pone en ellos (v. 7). No, aquel hombre fuerte “no puso a Dios por su fortaleza, sino que confió en la multitud de sus riquezas”. Pero sus riquezas están podridas… su oro y su plata están enmohecidos, como lo declara el apóstol Santiago (cap. 5:2-3).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"