El Salmo 51 fue escrito por David en una muy dolorosa circunstancia (2 Samuel 12). Nos revela los sentimientos producidos en el alma por una verdadera convicción de pecado, así como la senda trazada por el Espíritu Santo para volver a encontrar la comunión con Dios. Consideremos las penosas etapas de ese camino: la confesión de la falta cometida (v. 3); el pensamiento de que el ofendido ha sido Dios y no tal o cual persona (v. 4); el recuerdo de nuestra pecaminosa naturaleza (v. 5); el sentimiento de las exigencias de Dios en cuanto a "la verdad en lo íntimo "(v.6) (no olvidemos jamás este versículo ); el deseo de tener una conciencia limpia y recta (v. 10); finalmente, la necesidad de un retorno a la santidad práctica (v. 11), al gozo y a un abnegado servicio (v. 8, 12). Una vez restaurado, el creyente estará en condiciones de dar a conocer a otros la gracia que le ha perdonado (v. 13; comp. Lucas 22:32).
Todo este trabajo del alma no requiere la ofrenda de ningún sacrificio (v. 16), ni obra alguna de «penitencia». Un “espíritu quebrantado”, un corazón verdaderamente humillado, esto es lo que Dios puede recibir por medio de la eficacia de la obra de Cristo (v. 16-17).
Amigos, si nos hemos dejado sorprender por alguna falta, volvamos a leer ese salmo en la presencia de Dios, no como la confesión de David sino como nuestra propia oración.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"