El Salmo 49 recordaba a todos los habitantes del mundo la fragilidad y la vanidad de las riquezas y de los honores, los dos polos de atracción para los hombres de todos los tiempos. En el Salmo 50, Dios se dirige a Israel, su pueblo (v. 7), para mostrarle la inutilidad de los sacrificios. Tampoco estos pueden rescatar el alma ni “hacer perfectos a los que se acercan”. Por un sacrificio único, Dios ha sellado su pacto con Israel (v. 5; Hebreos 10:1, 10, 12). En pago de esto, lo que Él espera ahora de todos los suyos es la alabanza (v. 14, 23; Hebreos 13:15).
El corto versículo 15 resume la historia de nuestras liberaciones:
Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.
Primeramente la oración; luego se nos asegura la respuesta divina; finalmente la acción de gracias… que, desgraciadamente, tan a menudo olvidamos. Pongamos nuestra confianza en Dios: invoquémosle y Él cumplirá su promesa.
En los versículos 16 a 22, Dios advierte al malo; este, aunque tiene la boca llena de palabras piadosas, las niega en la práctica y aborrece la corrección. ¡Procuremos no asemejarnos a él!
Notemos aun la magnífica introducción (v. 1-2) que nos da, como ocurre a menudo, el tema del salmo: Dios hablando a la tierra para revelarle Su resplandor en la Persona de Cristo, soberano juez y glorioso rey de Sion.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"