Riquezas y honores

Salmos 49

Frente al porvenir que ha esbozado en los salmos precedentes, el Espíritu de Dios se dirige ahora a todos los habitantes del mundo, cualquiera sea su rango en la sociedad (v. 1-2). ¿De qué sirven las riquezas de las cuales se vanaglorian y en las que ponen su confianza si el tesoro más grande de la tierra no puede alcanzar a redimir una sola alma? (v. 7-8). ¡Inestimable rescate al que debemos renunciar para siempre por no poderlo pagar nosotros mismos! Pero “Dios redimirá mi vida…”, declara el versículo 15. Y sabemos qué precio tuvo que pagar por ella: “la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18-19).

Si alguien busca los honores de este mundo, que medite en el versículo 12 y en el 20 que lo completa. ¿Adónde conduce esa carrera hacia los honores, ese “camino de locura” (v. 13) en el que se hallan comprometidos innumerables competidores, ricos o pobres, plebeyos o nobles? ¡Hacia la muerte, en la que nada nos podemos llevar! (v. 17). La muerte despista la previsión humana, amenaza las más prudentes disposiciones, ensombrece las alegrías y marca todos los proyectos con una terrible incertidumbre (Lucas 12:20). Por eso los hombres cierran los ojos a causa del temor a mirarla de frente. Pero, para el redimido, la muerte solo es el último paso hacia la casa de su Padre… pues Él lo tomará consigo (v. 15).

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"