Con el Salmo 48 termina la sumaria exposición profética que empezó en el Salmo 42. En síntesis, asistimos al ataque final de los reyes de la tierra contra Jerusalén y a la completa derrota de aquéllos (v. 4-7). Los piadosos judíos comprueban entonces que lo que habían oído se cumple en provecho de ellos (v. 8; Salmo 44:1). Por cierto, no en vano habían puesto su confianza en Dios. Después de haber padecido tanto a causa del exilio, ¡qué valor tiene para ellos cada piedra de la ciudad amada! Vuelven a encontrarse en medio de ese templo que tanto habían añorado (Salmo 42:4; 43:3-4), llenos del sentimiento de la misericordia de Dios (v. 9). ¿No es igualmente nuestra santa ocupación meditar sobre la grandeza de su amor cuando nos hallamos allí donde el Señor ha prometido su presencia?
Pero, para entonces, la alabanza no solo llenará el corazón de los creyentes diseminados aquí y allá, como hoy día, sino que esta se extenderá hasta los fines de la tierra y será por fin digna del nombre del gran Dios al que ella celebrará (v. 10).
Querido amigo: ese Dios, que preside el destino del mundo y que cumplirá lo que su boca ha dicho, ¿es tu Dios para siempre y tu guía hasta la última hora aquí abajo? (v. 14).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"