Con este salmo empezamos el segundo Libro de los salmos. Se aplica proféticamente al período en que el fiel remanente judío, perseguido por el Anticristo, habrá tenido que huir de Jerusalén; los versículos 2, 4 y 6 expresan especialmente el dolor de ese exilio. Sin embargo, como en el primer Libro, muchas expresiones pueden ser colocadas en la boca del Señor Jesús, quien padeció más que nadie a causa de la maldad de su pueblo (por ejemplo: v. 7, 10).
¿Existe una imagen más patente que la del primer versículo para interpretar los suspiros de un alma sedienta de la presencia de Dios? ¡Ojalá podamos buscar así esa presencia cada vez que una falta haya interrumpido nuestra comunión con el Señor! Es de desear que cada uno Le conozca bajo ese precioso Nombre personal: el “Dios de mi vida” (v. 8), el cual corresponde a la divisa del apóstol:
Para mí el vivir es Cristo
(Filipenses 1:21).
Él quiere dirigir mi vida, día a día, llenarla para ser el precioso Objeto de mi corazón. “¿Dónde está tu Dios?” – preguntan irónicamente los incrédulos (v. 3, 10; comp. Mateo 27:43). Pero si ellos no Le disciernen, quiera Dios que por mi parte sepa yo siempre dónde hallarle, de día o de noche, para elevar hacia él, con amor, mi cántico y mi oración (v. 8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"