Por el Espíritu profético, Cristo declaró al final del Salmo 40: “Afligido yo y necesitado”. Voluntaria pobreza destinada a enriquecernos (2 Corintios 8:9). ¡Bienaventurado, pues, el que piensa en ese “Pobre”! Pero también el que sabe ponerse en el lugar de los pobres, los humildes, los que sufren… Y, ¡bienaventurado el que en espíritu –ya que no en realidad– toma como su Señor esa posición de pobre! (Mateo 5:3).
¡Qué aliento trae el versículo 3 a los enfermos! Primeramente trae la promesa del socorro divino. Aunque “nuestro hombre exterior” se va desgastando, el ser interior se renueva de día en día por medio de los cuidados del gran Médico de las almas (2 Corintios 4:16). Y, además, “toda la cama” del enfermo se verá milagrosamente transformada. Porque la presencia del Señor a su cabecera tiene el poder de cambiar su postración en gozo. ¡Preciosa visita, capaz de hacer olvidar la incomprensión o la indiferencia de la que el enfermo haya sido objeto! (v. 8).
Sabemos cuándo se cumplió el versículo 9. Con qué tristeza debió citarlo el Señor, antes de dar al traidor Judas “el pan mojado” que lo señalaba (Juan 13:18, 26).
Finalmente, el primer libro de los salmos termina con una alabanza eterna, a la cual, amigos creyentes, podemos unir nuestro amén.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"