Como lo demuestran las citas de los apóstoles en el libro de los Hechos (cap. 2:25-28; 13:35), este salmo se aplica directamente al Hombre Cristo Jesús. De todos modos, ¿quién sino Él osaría declarar: “A Jehová he puesto siempre delante de mí”? (v. 8). Aquí le contemplamos no como Salvador (lo encontraremos como tal en el Salmo 22) sino como Modelo, no como el Hijo de Dios, sino como el Hombre de fe por excelencia. Como Hijo de Dios, no necesita ser guardado (v. 1) y su bondad se confunde con la de Dios mismo (v. 2; véase Marcos 10:18).
Pero la confianza, la dependencia, la paciencia, la fe, en fin, todos los sentimientos que vemos brillar en ese salmo respecto de un Dios conocido y honrado, son sentimientos humanos. Para manifestarlos con perfección, Cristo vino a vivir a la tierra (y ¡en qué condiciones!) la vida de un hombre… pero ¡de un hombre sin pecado! Le vemos sumiso a Dios su Señor (v. 2); gozándose en los creyentes (v. 3); en la posición que el Padre le ha reservado (v. 5; Hebreos 12:2); y finalmente en Jehová, el Eterno (v. 8-9, 11). Muestra su confianza hasta cuando llega la misma muerte (v. 10). ¡Maravillosa senda que hizo las delicias de su Dios! Senda que Él trazó para que sigamos sus huellas.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"