Bajo su aspecto profético, los Salmos 9 y 10 están estrechamente unidos. El Salmo 9 pone en escena al enemigo de fuera: las naciones coligadas contra Israel; el Salmo 10 introduce al enemigo interior: los opresores impíos persiguiendo al remanente fiel. Las astucias de los malos existen durante un tiempo limitado. El nombre de ellos será borrado para siempre (v. 5); el asolamiento que ellos producían se terminará para siempre (v. 6) y la esperanza de los menesterosos no perecerá para siempre (v. 18). Efectivamente, también para siempre Jehová está sentado; “ha dispuesto su trono para juicio” (v. 7; Salmo 58:11). Entonces pedirá cuenta de la sangre y de las lágrimas de los fieles, derramadas en todas las dispensaciones. Vengará al oprimido (v. 9) y a los afligidos cuyo grito no habrá olvidado (v. 12). Pero el principal cargo de acusación levantado contra la humanidad e indicado en el título del Salmo, es la muerte del Hijo de Dios (Mut-labén): ultraje hecho a Dios por el mundo al crucificar a su Amado. Un castigo terrible espera a la raza de esos homicidas.
En la parábola de las ovejas y los cabritos (Mateo 25:31) el Señor Jesús describe el juicio de las naciones al amanecer de su Reinado y anuncia que cada uno será juzgado respecto a su actitud hacia Él.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"