Este salmo comienza por establecer la pequeñez del hombre frente a la creación, sensación que cada uno de nosotros ha podido experimentar al contemplar, por ejemplo, ¡la prodigiosa inmensidad de un cielo estrellado! “¿Qué es el hombre?”. Enseguida, restablecidos en nuestra humilde posición, aprendemos que, no obstante, Dios tiene dispuestas cosas magníficas y gloriosas para el hombre y por medio del hombre. Pero ¿cómo realizarlas con un ser pecador y mortal? Es imposible coronar de gloria y de honra a una criatura hundida en la miseria y en la corrupción. Entonces, lo que Dios no pudo hacer para el primer Adán ni por medio de él, lo cumplió en Cristo, el segundo hombre. Así el mismo Creador revistió el cuerpo que él había creado.
“Le hiciste un poco menor que los ángeles”. El pasaje de Hebreos 2:6-9 que cita y complementa nuestros versículos 4 a 6, da el motivo insondable de ese acto: la muerte que Él debió padecer. Y bajo esta humana condición el Hijo ha recibido la dominación universal. En Él el hombre encuentra más de lo que Adán había perdido (v. 5-8; 1 Corintios 15:27 y sig.). Coronado de gloria y de honra, Cristo, hombre resucitado, introducirá con Él otros hombres en el cielo y les hará participar de su gloria.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"