En el Salmo 3, Jehová era la protección del fiel; en el Salmo 4, Él es su porción. El hombre piadoso posee la seguridad de que Dios lo ha escogido (v. 3: literalmente introducido en su favor). Pero se encuentra aún en medio de un mundo en el que reina la vanidad y la mentira (v. 2), y no puede sino sufrir allí. “¿Quién nos mostrará el bien?” es la pregunta que él se hace en ese mundo. Ese bien no lo encontraremos a nuestro alrededor, ni tampoco en nosotros mismos. El único verdadero bien es el que Dios produce. Él nos lo muestra en su perfecta expresión en la vida de su Hijo, “el hombre piadoso” por excelencia, el único del que se podía decir:
Bien lo ha hecho todo
(Marcos 7:37).
Dios es la fuente de todo bien, y asimismo de toda verdadera alegría. “Tú diste alegría a mi corazón” declara el salmista (v. 7). Esa alegría no depende de la abundancia de bienes materiales, como lo demuestra el final del versículo (comp. con Habacuc 3:17-18). El capítulo 4 de Filipenses que nos exhorta a gozarnos siempre en el Señor, nos recuerda que un creyente puede ser tan feliz en las privaciones como en la abundancia (Filipenses 4:4, 12). La alegría divina puede llenar el alma en medio de la angustia. Las circunstancias no la afectan, precisamente porque ella tiene su fuente en Aquel que no cambia (Hebreos 13:8).