Al final del Salmo 4 hemos visto al creyente acostarse y dormirse en paz. Aquí lo consideramos al despertar. La piedad debe marcar todos los momentos de nuestra vida, incluso de aquellos que pasamos solos en nuestra alcoba. Al amanecer, como primerísima ocupación del día, la oración del salmista subía a su Rey, a su Dios (Salmo 63:1). Imitémosle, queridos amigos creyentes, con tanto más diligencia y libertad cuanto el Dios al cual nosotros nos dirigimos es, en Jesús, nuestro Padre.
En el Salmo 4, la oración tenía un carácter de urgencia y consistía en un simple grito (v. 1, 3). Es suficiente para que Dios la escuche. Pero aquí la petición es presentada, formulada de manera precisa, después de lo cual el fiel puede esperar apaciblemente una respuesta… sin tratar de obtenerla de otro modo.
Se sigue con el tema de la confianza frente a los artificios de los malvados. Es notable que el versículo 9, el que se aplica a los enemigos, es citado en Romanos 3:13 para calificar a todos los hombres. Eso está explicado en el capítulo 5 v. 10 de la misma epístola: Todos éramos enemigos de Dios en cuanto a nuestro entendimiento, en las malas obras (ver también Colosenses 1:21).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"