Los dos primeros salmos son complementarios y sirven de introducción al conjunto del libro. Ponen en evidencia los dos grandes pecados de Israel, el cual rechazó el doble testimonio dado por Dios a la nación: Desobedeció Su ley (Salmo 1) y renegó de su Hijo (Salmo 2).
Encontramos en este segundo salmo los pensamientos de Dios respecto de Aquel que es “su Ungido” (v. 2), “su Rey” (v. 6), “su Hijo” (v. 7 y 12, aquel citado en Hechos 13:33). Dios cuidará que Jesús sea honrado en esta tierra en la cual fue menospreciado. Otrora Herodes y Poncio Pilato, juntamente con las naciones y el pueblo de Israel se unieron contra Él (ver Hechos 4:25-28). Su cruz llevó esa inscripción ultrajante: “Jesús Nazareno, rey de los judíos” como para decir a Dios: He aquí lo que hacemos de tu Rey. Mas en un tiempo futuro, cuando se desencadene la sublevación de las naciones, entonces aparecerá el Rey justo que Dios reserva para la tierra (Salmo 89:27-28). Por eso, desde el principio de los salmos, para animar al fiel en su angustia, Dios se presenta (v. 6) dominando la situación y conduciendo todas las cosas hacia ese glorioso propósito final.
Retengamos también para nosotros la exhortación del versículo 11: “Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor”. “Con alegría” dice también el Salmo 100:2.
Servid a Jehová con todo vuestro corazón
(1 Samuel 12:20)
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"