A los salmos o «alabanzas» a veces se les llama «el corazón de las Escrituras» porque, bajo su forma poética, expresan ante todo sentimientos: los sentimientos de los israelitas fieles durante y después del reinado del Anticristo: sufrimiento, angustia, terror… pero también confianza, gozo, reconocimiento; asimismo los sentimientos y el afecto del Señor Jesús, quien se compadece por adelantado de las aflicciones de ese «remanente» judío; y, por fin, los sentimientos que los creyentes de todos los tiempos pueden experimentar en las circunstancias de la vida.
Los primeros versículos del Salmo 1 definen las condiciones de los bienaventurados que pueden cantar esos salmos. Y, cosa notable, antes que cualquier otra condición, Dios reclama la de estar apartado del mal. ¡Cuántas aplicaciones tiene ese versículo 1 en nuestra vida de todos los días! Es la condición indispensable para gozar de la Palabra y para llevar «fruto» (v. 3; comp. Jeremías 17:7-8; véase también Juan 15:5). El árbol plantado cerca de corrientes de aguas representa al creyente arraigado en Cristo y recibiendo de él su vigor. Jesús, como Hombre, realizó perfectamente ese apartamiento, ese placer en la ley de Jehová y, al final, esa plenitud del fruto producido para gloria de Dios.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"