Llegamos al desenlace de este magnífico libro, a la gran lección que Job, por fin, ha comprendido. Se llama la liberación del despreciable yo. Mientras Dios le hablaba, toda la buena opinión que Job tenía de sí mismo se había desvanecido progresivamente. A medida que Dios le enseñaba, Job descubría con espanto la maldad de su corazón natural. “Me aborrezco –declara él ahora– y me arrepiento…” ¡Esto es lo que debe decir un hombre “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (cap. 1:1) cuando se halla en la presencia de Dios!
Job fue zarandeado como trigo. ¡Penoso trabajo! pero este le ha quitado la cascarilla de su propia justicia, como también más tarde a Pedro. Ahora puede fortalecer a sus hermanos y orar por sus amigos (v. 10; comp. con Lucas 22:31-32).
Cuatro veces Dios lo llama “mi siervo Job” y censura a los tres consoladores molestos. Envía otros a Job, los cuales acuden con verdadera simpatía. Y no solo restablece el antiguo estado de Job, sino que le da el doble de todo lo que poseía precedentemente. Empero, Job ahora ha adquirido algo más precioso que todo: ha aprendido a conocer a Dios al mismo tiempo que ha aprendido a conocerse a sí mismo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"