Bajo esa aterradora imagen del leviatán, Dios descubre a Job a su acusador del capítulo 1, a su enemigo del capítulo 2. Un combatiente debe conocer a su adversario para no subestimarlo. Es necesario que el creyente sepa cuál es la fuerza de Satanás (v. 12) vuelto impotente por la cruz, pero siempre activo, del cual “no ignoramos sus maquinaciones” (2 Corintios 2:11). Vea lo que le caracteriza: “Las dobleces de sus mandíbulas” (Job 41:13, V. M.; comp. 1 Pedro 5:8); “su corazón firme como una piedra” (Job 41:24), porque es absolutamente ajeno al amor divino. Es invulnerable a toda fuerza humana (v. 26-29) y siembra el espanto por medio de su arma: la muerte, la que vence a los hombres más fuertes (v. 25).
Pero Satanás también es “mentiroso” y seductor; guardémonos de sus ilusiones (v. 18; Juan 8:44; 2 Corintios 11:14). Atrae las almas al mundo, ese mar hirviente con pasiones humanas, al presentarles sus recursos como alimento valedero (“la olla”) o como un remedio para sus males (“la olla de ungüento”). Bajo una apariencia de sabiduría y experiencia (“las canas”), es al abismo adonde él conduce, para hundirlos allí, a los insensatos que siguen su resplandeciente “senda” (v. 32).
Finalmente, retengamos el pavoroso título que le es dado: “Es rey sobre todos los soberbios” (v. 34; véase 1 Timoteo 3:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"