El cuadro de la creación no sería completo sin la descripción de dos animales misteriosos y terribles. El primero es el behemot, una bestia formidable cuyo poder evoca el de la muerte. Hecho solemne, esta tuvo que ser el primero de los caminos de Dios para con el hombre culpable. Como consecuencia de la caída del ser humano, una invencible espada arma a la muerte para la sanción del pecado (véase Génesis 3:24). No solo hace su presa de cada hombre, sino que todos los animales de la tierra le son dados como alimento (v. 20).
El Jordán, río de la muerte, mencionado en el versículo 23, nos habla también de ella.
Pero hay un monstruo más terrible todavía. La muerte tiene solamente poder sobre la vida presente, en tanto que Satanás, del cual el leviatán es una figura, arrastra sus víctimas con él a la segunda muerte (Isaías 27:1). Frente a semejante enemigo, estamos tan desarmados como un niño que pretendiera apoderarse de un cocodrilo con un anzuelo. Por cierto, no se juega impunemente con el poder del mal. ¿Estamos, pues, a su merced? ¡No, por la gracia de Dios! En la cruz, Cristo ha triunfado sobre el terrible adversario. Acordémonos de esa batalla decisiva y quedemos apegados al que lo ha vencido (Job 41:8; Colosenses 2:15).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"