“¿Te parece bien que oprimas?”. Tal es la pregunta que, en su amargura, Job quisiera hacerle a Dios (v. 3). La Palabra le responde con un versículo que no debemos olvidar en nuestras pruebas:
Dios no aflige de su agrado ni contrista a los hijos de los hombres
(Lamentaciones 3:33, V. M.).
Con mayor motivo cuando se trata de Sus hijos.
Como Job lo hace en lode su agrado s versículos 8 a 12, David se maravilla en el Salmo 139 (v. 14-16) de la manera como fue creado. Y la conclusión es la misma: Él que así me ha formado y tejido “con huesos y nervios” me conoce hasta el fondo del alma. ¿Cómo sería posible esconderle lo que sea? La luz de Dios, sus ojos que escudriñan el pecado, esto es lo que disgusta a Job (Job 10:6; 13:9) y le hace desear las tinieblas de “sombra de muerte” (v. 22). Se siente ante Dios como una presa cazada por un león (v. 16). De igual manera el autor del Salmo 139 primeramente busca en vano resguardarse de las miradas de Dios. Pero al final, por el contrario, llega a desear ser sondeado y conocido por Él. ¡Qué progreso cuando hemos llegado a esto! ¿No tememos a veces la divina luz?
“Tu cuidado guardó mi espíritu”, reconoce Job (v. 12). Si hubieran faltado esos cuidados, ¿quién sabe hasta dónde se hubiese hundido? ¿Quizás hasta maldecir a Dios o quitarse la vida? (cap. 2:9). ¡Ojalá sepamos hasta qué punto nuestro espíritu –tan pronto excitado como abatido– necesita ser guardado por el Señor!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"