En el versículo 6 del capítulo 7, Job había comparado sus días a la lanzadera del tejedor, la que pasa y vuelve a pasar a través de los hilos conductores de su existencia. Aquí emplea la imagen de un correo, luego la de barcas ligeras llevadas por la corriente rápida y por fin la de un águila que cae sobre su presa (véase también Santiago 4:14; Salmo 39:5). Aunque los jóvenes apenas se den cuenta de ello, el testimonio de todos los ancianos es unánime: en realidad, la vida pasa velozmente. Además, no tenemos más que una para vivir.
No, no es posible retener esos días que se escapan para siempre. En cambio, la manera en que los llenemos puede darles un valor eterno. Empleado para el mundo, el tiempo se malgasta en vanidades engañosas. Pero si son utilizados para el Señor, los cortos momentos durante los cuales estamos en la tierra pueden llevar un fruto que permanece. Jesús dijo:
Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca
(Juan 15:16).
Finalmente, unas palabras para aquellos de nuestros lectores que todavía no pertenecerían al Señor: esta rápida huida de los días incita a muchas personas a gozar de la vida. «De la hora fugitiva, apresurémonos a gozar; para el hombre no hay puerto, el tiempo no tiene orilla…» ha dicho un poeta. ¡Mentira! Hay una orilla (Marcos 4:35, V. M.), existe un puerto (Salmo 107:30). ¡No tarde usted en refugiarse en él!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"