A su turno, Zofar toma la palabra. ¡Extraño consolador, a la verdad! Más severo todavía que sus dos compañeros, empieza por acusar a Job de ser hablador (v. 2), mentiroso y escarnecedor (v. 3). Luego le habla de su iniquidad (v. 6). Y desde el versículo 13 presenta un cuadro de lo que, a su juicio, se debe para ser bendecido por Dios: «¡Si haces esto… si haces aquello…!». Esta disposición de espíritu se llama legalismo. Ya Elifaz había exhortado a Job a poner su confianza, no en Dios, sino en su propio temor de Dios y “en la integridad de sus caminos” (cap. 4:6). Y precisamente, Job estaba ya demasiado dispuesto a apoyarse en su piedad y en sus buenas obras –dicho de otro modo, en sí mismo– más bien que en Dios. Es lo que hacen muchos inconversos a quienes se da el nombre de «propios justos». Pero los creyentes (y Job era uno de ellos) igualmente pueden estar imbuidos de este espíritu legal y ser conducidos a pensar bien de sí mismos al compararse con otros y en consecuencia subestimar la inmensidad de la gracia de Dios. Los versículos 7 a 9 precisamente formulan preguntas respecto a lo infinito de Dios en todas sus dimensiones: altura, profundidad, longitud, anchura. ¿Qué mortal puede apreciarlas? Efesios 3:18-19 trae la respuesta: por medio del Espíritu todos los santos pueden ser hechos “capaces de comprender… cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"