Con el permiso de Dios, Satanás acomete nuevamente contra Job. Después de haber devastado sus bienes y destruido su familia, he aquí que la emprende con su persona. La mujer de Job no aguanta más. “Maldice a Dios, y muérete” le dice ella. ¡Una nueva prueba para nuestro patriarca! Su propia mujer es el instrumento del Enemigo para inducirle a “maldecir a Dios” (como Satanás se había comprometido a ello: Job 1:11; 2:5). Pero él permanece firme y recibe tanto el mal (es decir, el sufrimiento) como el bien de parte de Dios mismo (v. 10; véase Lamentaciones 3:38). Nosotros, que nos irritamos a menudo por tan poca cosa, ¡qué ejemplo tenemos en Job! Siempre manifestamos tendencia a detenernos en las causas exteriores de las dificultades. Pero, para Job, no son los sabeos, ni los caldeos, ni aun Satanás los responsables de sus infortunios. Él reconoce la mano de Dios detrás de esos agentes (solamente que aún no sabe que es una mano de amor). Y tenemos un Modelo incomparablemente más grande: el que recibía todas las cosas de la mano de su Padre, incluso la copa de la cólera de Dios contra el pecador, al decir:
La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?
(Juan 18:11).
El capítulo termina con una escena llena de grandeza: Job y sus tres amigos están sentados allí en un silencio de siete días ante un dolor sin parangón y ante un profundo misterio.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"