Como olas sucesivas, siete pruebas se desencadenan sobre Job. El enemigo –cuyo odio se halla siempre excitado por el amor que Dios manifiesta hacia los suyos– ha herido al patriarca cinco veces: en sus bienes (tres veces), en sus hijos, luego en su salud. El sexto golpe particularmente pérfido le fue dado por su propia mujer, pero el hombre de Dios permaneció inquebrantable. Viene entonces la séptima tribulación (cap. 5:19) de donde él no la esperaba. Tres venerables amigos se han concertado para hacer a Job una visita de pésame. Y lo que los furiosos asaltos de Satanás no consiguieron, la gestión de esos consoladores lo va a lograr. A este respecto, notemos cuán difícil es visitar apropiadamente a una persona probada, y cuán importante es prepararse mediante la oración. Estos hombres están ahí, mudos, considerando en su desolación a aquel a quien habían conocido y honrado en su prosperidad. Darles su miseria por espectáculo es más de lo que Job puede soportar. La amargura, tanto tiempo dominada, por fin rebosa. Con palabras desgarradoras «maldice su día»; quiere no haber nacido; desea la muerte. Pero en su sabiduría y su amor, Dios no había permitido a Satanás ir hasta ese punto (cap. 2:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"