¡Es hora de tinieblas y espanto para el pueblo de Mardoqueo! Una sola y pequeña esperanza subsiste: la intercesión de Ester ante su real esposo. ¡Pero el riesgo es grande! El acceso al patio del palacio está prohibido y, por otra parte, ¿cómo esperar que el orgulloso monarca se echase atrás acerca de lo que había decidido? Sin embargo, el milagro se produce: Dios inclina su corazón y él acoge favorablemente a la reina.
Pero, qué contraste entre Asuero y aquel de quien la epístola a los Hebreos, luego de asegurarnos que es plenamente capaz de simpatizar con nuestras debilidades, agrega:
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro
(Hebreos 4:15-16).
Como Mardoqueo lo había vislumbrado (Ester 4:14), la divina providencia había colocado a Ester sobre el trono para cumplir ese servicio especial. Cada joven cristiana ¿no tiene igualmente un servicio muy preciso para cumplir allí donde el Señor la ha colocado?
Al final del capítulo vemos que ninguno de los honores concedidos a Amán pudo apagar el implacable odio que incuba en su corazón.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"