El ejemplo de Esdras había llevado a humillarse a “todos los que temían las palabras del Dios de Israel” (Esdras 9:4). Ahora, como una respuesta a su oración, ese mismo sentimiento es producido en el corazón de “una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños”. Ser joven no impide entristecerse por lo que deshonra a Dios.
Esas alianzas con personas extranjeras recuerdan una vez más al hijo de Dios la orden terminante del Nuevo Testamento:
No os unáis en yugo desigual con los incrédulos
(2 Corintios 6:14).
Pero señalan también la temible trampa de la mundanería. ¿No hemos dejado penetrar a veces esa intrusa en nuestros hogares y nuestras vidas? Y, a menudo, los jóvenes son los primeros en introducirla en la casa paterna. Pero no basta comprobar ese mal a la luz de la Palabra, ni aun humillarnos por él. Es necesario separarnos de él. Por ejemplo, esto nos conducirá a revisar severamente nuestras costumbres… nuestros estantes de libros, nuestra ropa… a fin de eliminar sin piedad esto o aquello. ¡Trabajo desagradable que quizás dure cierto tiempo! (véase Esdras 10:13). Pero este es el precio de la reanudación de felices relaciones con el Señor.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"