El canto es una parte muy importante en el servicio de la casa de Dios. Los buenos himnos que expresan correctamente los sentimientos propios de los santos son de mucho valor. No obstante, el tener buenos himnos por sí solo no es suficiente, pues si no hemos aprendido primero a sentarnos bajo la sombra del Amado y habitar felices en la casa de Dios juntos con nuestros hermanos, no habrá en nosotros, gozo ni capacidad en el servicio del canto.
Si no hay felices relaciones espirituales entre nosotros, tampoco podrá haber canciones e himnos que suben para el deleite de Dios. La música más sublime y melodiosa para Dios, es el canto de su Hijo cantando alabanzas en medio de sus hermanos en la asamblea. No hay nota más deleitosa para el santo oído de Dios que el nombre dulce de Jesús, pronunciado delante de él con toda reverencia, por su pueblo en asamblea.
El Padre se complace en gran manera oír estas dulces notas del Nombre fragante de su santo Hijo, y el Señor Jesús igualmente, se deleita en anunciar de nuevo el Nombre del Padre en medio de la asamblea. Anunciándonos este Nombre amado, él despierta en nosotros afecciones verdaderas de hijos, hacia el Padre, y agradecidos le adoramos en el Nombre de Aquel que siempre fue su deleite y que nos amó y se dio a sí mismo por su Iglesia.
El Señor junta todas las alabanzas de los santos para presentarlas con gran gozo y alegría a Dios el Padre. En aquel momento tan solemne, los santos son como las cuerdas de un instrumento de música, que el Señor con suma maestría y perfección, toca una por una delante del Padre. Esta es la línea que los santos congregados al nombre del Señor Jesús, en el primer día de la semana, tendrían que seguir, guiados por el Espíritu Santo. Es claro que los himnos que cantamos en dicha reunión deberían ser apropiados y en cuanto a esto entra la inteligencia espiritual (véase 1 Corintios 14:15).