Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo
(Efesios 1:3).
¿Por qué hemos sido bendecidos? Porque hemos sido introducidos en el mismo cielo, donde tenemos todas las cosas en Cristo, alrededor del cual gira toda la historia de la humanidad. Nos hemos unido a él y la alabanza llena nuestros corazones desbordando de nuestros labios. Es el culto.
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pedro 1:3).
Un pobre peregrino con las manos vacías. ¿Cómo puedo bendecirle si no poseo nada? ¡Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo! Tengo que tratar con un Dios que no me engaña. Más allá del desierto hay el país de las delicias donde Jesús me esta preparando un lugar.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:3-4).
He aquí la aflicción profunda, las lagrimas, el sufrimiento, pero el cristiano puede decir: “Bendito sea el Dios y Padre”, porque él es el Dios de toda consolación. Si sufro, El me consuela, me llena de su gozo y de su paz en medio de este mundo que me hace sufrir ¿Para que no sea desdichado? ¡No!, sino para que pueda consolar a los demás…
Y de esta manera podemos bendecir en cualquier circunstancia, porque hemos aprendido de Cristo, nuestro salvador amado, a vivir en el cielo y a vivir del cielo.